El complejo de Titanic

Manuel José Álvarez Didyme

Dadas las circunstancias que en la actualidad discurren en nuestra patria, vale rememorar las conclusiones del seminario sobre “Democracia en el nuevo milenio”, realizado entonces en España bajo la moderación del director General de la Unesco de aquellas calendas, Federico Mayor Zaragoza, calificadas por Antonio Garrigues en aquel entonces como “el sentimiento que invade a nuestras democracias en tiempos de dificultad”, el cual lleva a pensar colectivamente: que esto está que se hunde, y como suele decirse en estos casos: “¡sálvese quien pueda!”.
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Y no es para menos al listar el apocalíptico número de amenazas que se ciernen sobre las democracias de esta parte de América, tales como la violencia, el narcotráfico, la drogadicción, los desplazamientos forzados, la corrupción, la emigración ilegal, la prostitución, la pauperización de grandes masas de población y la pérdida de confianza en las instituciones, según lo listado por Claudio Escribano, directivo del diario argentino, La Nación; el editor boliviano, Raúl Garafulic; Bernard Kouchner, ministro de Sanidad de Francia, y los periodistas, el italiano Giovanni Sartori y el israelí Ari Rathí, todo acentuado por la presencia de la epidemia del Coronavirus.

En tal evento, el director de El Tiempo para la época, Enrique Santos, dio a conocer las cifras que ilustraban las dimensiones del problema en nuestro país, que para la fecha sólo eran rebasadas por las de Sudán en África: diez asesinatos políticos cada día; un secuestro cada seis horas, y un millón de desplazados, todas producto de una guerra entre guerrilleros marxistas, paramilitares que los combatían y un Estado que trataba de imponer su legitimidad a éstos, en un cuadro alimentado por el negocio más lucrativo del mundo: el narcotráfico, lo cual hasta hoy ha cambiado muy poco.

Y fueron cinco los retos que desde aquella fecha se planteaban dichas democracias si querían aspirar a su supervivencia y continuidad: 1) La permanencia real de los principios de justicia, libertad, igualdad y fraternidad; 2) El hacer posible para todos sus habitantes la ciudadanía plena; 3) La preeminencia de la libertad de prensa; 4) La creación de mecanismos de interlocución ante los grandes conglomerados, y 5) La drástica limitación de la oligarquía y la plutocracia mundiales.

Ante lo que Garrigues concluiría en una afortunada síntesis no exenta de pesimismo, diciendo que en adelante no tendríamos ningún derecho al temor, siempre que los países ricos nos dieran ejemplo y contribuyeran a facilitar el porvenir.

Pero como se ve, las circunstancias antedichas, poco han mejorado, pues es evidente que el mundo desarrollado no le ha reconocido aún a los países en desenvolvimiento, la recompensa merecida por los esfuerzos que éstos realizan para enfrentar los fenómenos que aquellos han provocado en su contra: la producción y demanda de drogas del narcotráfico; el desbalance y la competencia desleal en el comercio; la corrupción de los aparatos administrativos y de justicia; el contrabando; el tráfico de armas, y hasta los aberrantes casos de neoesclavitud.

Porque no puede dudarse que la intensificación de lo negativo está terminando por hacer sentir los tremores del fracaso de las debilitadas democracias, a los países que hasta hoy se han sentido intocados o poco tocados por los conflictos.

Manes de la globalización que no nos deben dejar olvidar que todos navegamos en el mismo barco y que ante tan tozuda realidad, lo pertinente debe ser rememorar lo sucedido al Titanic en aquella noche del 14 de abril de 1912.

 

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME DÔME

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