Cultura ciudadana algo exótico en ibagué

Manuel José Álvarez Didyme

La simple observación del estado de abandono y suciedad al que ha llegado la ciudad pone en evidencia la estulticia de nuestros coterráneos, circunstancia, si bien censurable, resulta explicable y esperada en una ciudad que de manera paulatina se ha venido conformando por flujos migratorios de las más variadas vertientes y plural origen, sin arraigo ni sentido alguno de pertenencia.
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Como obligada consecuencia de nuestra ubicación geográfica que nos convirtió desde los primeros momentos de existencia, en cruce de caminos y en donde fuimos surgiendo como sitio de albergue, cobijo y mercado de los viajantes que aspiraban a trasmontar la cordillera hacia el occidente del país o ya lo habían hecho hacia el centro, amenazados, primero por las tribus aborígenes, y luego por las variadas facciones que contendían en las muchas violencias que el país ha vivido y sigue padeciendo.

De esta forma hemos recibido y continuamos recibiendo migrantes de la más variada catadura: campesinos u oriundos de pequeños poblados con precaria educación en normas de convivencia urbana y de los hábitos que demanda una ciudad, junto con gentes que traen entre sus haberes otras costumbres, algunos de ellas que chocan con aquellas que por años hemos estimado como valiosas, ahora aupados por la subcultura del narcotráfico, amplificada por los medios de comunicación y exaltada por el derroche de dineros fáciles que a su alrededor se sucede.

Y nadie, les da a estos nuevos ibaguereños una inducción al “diario vivir normal”, es decir al discurrir bajo normas de convivencia, tolerancia y respeto, ni les educa y previene sobre los nocivos efectos de la violación de tales reglas.

Las escuelas y colegios nada de esto enseñan hoy, ya que suprimieron en sus pénsunes la educación cívica, y las autoridades de policía encargadas de la prevención, ya sabemos que aquí y ahora poco hacen cuando la ley en estos aspectos se transgrede.

Y así terminan por reproducirse en pleno centro de la urbe y en los barrios de la periferia las fondas camineras con su insoportable sonido y su anárquico comportamiento, riñas incluidas, e ignorándose, cuando no despreciándose por conductores y peatones, las reglas de tránsito, como es tradicional en las vías de penetración y de bajos índices de circulación.

Y las plazas de mercado replican los mercados pueblerinos con mercancías regadas por doquier y manipuladas en contravía de toda medida sanitaria, anunciadas con altisonante perifoneo.

Una ciudad en tales circunstancias no puede aspirar a remontar sus problemas de violencia y desequilibrio, ni a superar sus altos índices de desempleo, pobreza y marginalidad.

Ahí es donde deben poner el acento en su actuación las administraciones porvenir.

 

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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