Tascando el freno… ¿Abuso de autoridad?...

Mario García Isaza

Las dos expresiones que encabezan esta divagación, me rondan insistentemente desde hace días; especialmente en estos últimos, después de que el gobierno de Colombia decidió prolongar el ya largo castigo que nos ha infligido a quienes cometimos el delito de cumplir más de setenta años… Y con el sentido de esas dos expresiones, me rondan también convicciones, doctrina y principios acerca de los derechos cuyo ejercicio nadie debería coartar, y de los límites que tienen en su acción quienes detentan la autoridad.
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Aquí voy con algunos de esos principios; y los menciono, sencillamente, citando documentos que hacen parte de la doctrina católica sobre el hombre, y de la Constitución política que nos rige a los colombianos. “Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de persona dotada de la iniciativa y el dominio de sus actos” (CEC, 1730) “ La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, movido e inducido por convicción interna y personal, y no bajo la presión  de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa” (Vat. II, Gaudium et spes, 17).

“En ningún caso la persona humana puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su propio desarrollo…Por esta razón, ni su vida, ni el desarrollo de su pensamiento, ni sus bienes, ni cuantos comparten sus vicisitudes personales y familiares pueden ser sometidos a injustas restricciones en el ejercicio de sus derechos y de su libertad… Es necesario, por tanto, que las autoridades públicas vigilen con atención para que una restricción de la libertad o cualquier otra carga impuesta a la actuación de las personas no lesione jamás la dignidad personal, y garantice el efectivo ejercicio de los derechos humanos” (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, 133) “La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad, sin suplantar la libre actividad de las personas y de los grupos…sino respetando y tutelando la independencia de los sujetos individuales y sociales” (Ibid., 394). Dije que también algunos principios constitucionales me revolotean…Por ejemplo: “Las autoridades de la República están instituidas para proteger a todas las personas residentes en Colombia en su vida, honra, bienes, creencias, y demás derechos y libertades…” (Art. 2) “Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades, y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin ninguna discriminación…” (Art. 13) “Todo colombiano, con las limitaciones que establezca la ley, tiene derecho a circular libremente por todo el territorio nacional…” (Art. 24) “Cuando un derecho o una actividad hayan sido reglamentados de manera general, las autoridades públicas no podrán establecer ni exigir permisos, licencias o requisitos adicionales para su ejercicio” (Art 84).  “La actividad económica y la iniciativa privada son libres, dentro de los límites del bien común. Para su ejercicio nadie podrá exigir permisos previos ni requisitos sin autorización de la ley” (Art.333).

Cuanto más tintinean estas y otras verdades en mi mente, tanto más me siento tascando el freno…y tanto más experimento la sensación de que, seguramente con buena intención, pero equivocada y arbitrariamente, hoy nos hacen víctimas de un abuso de autoridad. Hace ya muchos años traspuse esa barrera de los setenta, que en este momento es un inri que condena a vivir como minusválidos. Pero siento todavía la alegría y las ganas de vivir; para mí, son un regalo del buen Dios, que me ama y a quien trato de servir, las posibilidades que tengo de valerme por mí mismo, el gusto que experimento en la actividad, en el estudio, en las oportunidades de hacer el bien, en las relaciones sociales, en el trabajo, en el cultivo y la práctica de aficiones útiles, en el disfrute de la naturaleza, en el deleite incomparable del trato con mis amigos, en el desempeño que en la medida de mis fuerzas puedo tener aún de mi ministerio sacerdotal …. Pero, ¡ay!, desde hace meses y quién sabe hasta cuándo, me lo han prohibido. Y no es que esta realidad me haya hecho entrar en un piélago de amargura, ni que haya caído en una sima de saudades o en un abismo de depresión. No. Gracias a Dios, y gracias a quienes me rodean con impagable caridad, he vivido este tiempo con profunda serenidad, y encontrado, incluso, posibilidades y riquezas de esas que a veces no pueden disfrutarse en el ajetreo del trabajo ordinario. Pero, muy consciente, como persona mayor, de la necesidad de ser prudente para cuidarme y cuidar a los otros, ¡cuánto quisiera poder salir a gestionar mis pequeños asuntos yo mismo, sin molestar a otros; cuánto, tener la posibilidad de visitar a quienes quiero; cuánto, contar con la posibilidad de ir a prestar algún servicio pastoral; cuánto saber que puedo tomar el carro o la moto para ir de pesca por un rato! Y muchas otras cosas que, confinado, me están vedadas, y que creo sinceramente que no constituirían ni un acto de irresponsabilidad, ni un riesgo particular para mí mismo o para los demás.

Hojeando los diarios, y escuchando noticieros y comentarios, encuentro que hay muchos que viven esta misma situación, con características aún más lacerantes que las mías. Porque son personas a las que, al encerrarlas, se les está privando incluso de lo que es indispensable para su salud y su vida, física y emocional; a las que, a pesar de sentirse todavía con ganas y con capacidad de vivir y de servir, se las arrincona en el zaquizamí de los trebejos donde se guarda  lo que ya no sirve…Yo me pregunto: cuando quienes vivimos en el marco de un sistema que llamamos democrático, elegimos a quienes nos gobiernan, ¿estamos autorizándolos acaso para que dispongan y manejen nuestra vida personal y familiar hasta en los detalles,  para que regulen nuestro tiempo, para que decidan sin contar con nosotros sobre dónde tenemos que estar, qué podemos y que no podemos hacer, por cuánto tiempo estamos autorizados para obrar autónomamente, a quiénes podemos acercarnos, en qué tenemos que ocuparnos? Pues es eso, precisamente, lo que están haciendo con los que incurrimos en la culpa de vivir más de setenta años… Hoy me reí, pero sintiendo que había allí una muy justa queja, cuando leí estas definiciones en una graciosa columna de El Tiempo : “ Abuelo: sujeto apocado, al que hay que esconder debajo de la alfombra, para protegerlo” y : “Viejo: sujeto que puede recibir un comparendo si la ley lo sorprende pasando de la cocina, donde lava los platos, al comedor donde los recoge; todo por el azar de acumular almanaques”.

MARIO GARCÍA ISAZA CM.

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