¿Muerte digna?... ¡No, homicidio!

Mario García Isaza

“Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo a su término. Nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente” (Pío XII, discurso a la Unión médico-biológica San Lucas, nov. 12 de 1944)
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Es preciso comenzar esta reflexión por la definición de términos; ese es el punto de partida de cualquier discusión, máxime en materias que tocan con la ética. Porque según la significación que se le atribuya al término – en este caso a la eutanasia -  éste podrá significar o un crimen abominable, un asesinato, o un acto de piedad. Es, precisamente, lo que está en boga: disfrazar con denominaciones melifluas y hasta aparentemente meritorias las peores aberraciones para, con ese artilugio semántico, paliar la realidad y manipular el pensamiento de los ingenuos. El término viene de dos palabras griegas : eu (bueno) y thánatos (muerte). Es esta etimología la que vienen astutamente utilizando quienes defienden la eutanasia para hablar de bien morir, de muerte digna. El Presidente de la Comisión Deontológica de España, dijo en un foro sobre la eutanasia: “Me parece necesario, para alejar el riesgo de la confusión semántica, que todos nos olvidemos de la noble ascendencia etimológica y de las significaciones nobles de eutanasia, y que a partir de ahora entendamos que es, lisa y llanamente, matar sin dolor y deliberadamente, de ordinario mediante procedimientos de apariencia médica, a personas que se consideran como destinadas a una vida atormentada por el dolor, con el propósito de evitarles el sufrimiento o de librar a la sociedad de una carga inútil”

“Intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura”, es la definición del DRAE (Diccionario de la Real Academia). Y la de la OMS (Organización Mundial de la Salud): “Acción del médico que provoca deliberadamente la muerte del paciente”.  Sencillamente, en castellano  y sin afeites, un homicidio.

Por eutanasia se entiende, nos enseña la Congregación para la doctrina de la Fe, “una acción, o una omisión, que por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte con el fin de eliminar cualquier dolor” (Declaración “Jura et bona” , sobre la eutanasia, 5-V-1980). Y San Juan Pablo II, en su encíclica Evangelium Vitae, sostiene que practicar la eutanasia es “adueñarse de la muerte, procurándola de modo anticipado y poniendo así fin a la propia vida o a la de otros” y que consiste “en una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor” (E.V. 64-65). Hay, pues, tres condiciones para que pueda hablarse de eutanasia:

Primera, la intención de dar muerte, y que se pongan los medios oportunos para ello;

Que esos medios, ya sean directos o por omisión, sean causativos;

Que se pretenda quitar la vida con la finalidad de eliminar cualquier dolor.

Sentado todo lo anterior, hemos de afirmar que el juicio moral cristiano está expresado por la Iglesia de modo que no deja resquicio de duda, así : “Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa... es moralmente inaceptable… Una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre” ( CEC, N° 2277). Y una ratificación categórica y luminosa de ese juicio, la tenemos en esta enseñanza de San Juan Pablo II : “… de acuerdo con el magisterio de mis predecesores y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana”.

MARIO GARCÍA ISAZA

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