Matando la Democracia

Mauricio Cabrera Galvis

Donald Trump y sus secuaces del conservador partido Republicano están tratando de matar la democracia en Estados Unidos, el país que ha sido promotor de este sistema de gobierno. Hasta ahora el sistema de contrapesos de la constitución norteamericana ha evitado que consumen el asesinato, pero las perspectivas son pesimistas y es posible que lo logren en los próximos años, a pesar de haber perdido las elecciones.
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La posibilidad de que la democracia en el mundo, y en particular en EE.UU, esté amenazada de muerte fue planteada hace dos años por S. Levitsky y D. Ziblatt en su casi profético libro “Cómo mueren las democracias”, en el que hacen un interesante recorrido histórico sobre los intentos de candidatos de clara tendencia autoritaria de llegar al poder en ese país. A lo largo del siglo XX todos fracasaron, hasta que Trump lo logró.

Son cuatro las características que estos autores señalan como propia del comportamiento antidemocrático y autoritario: una, el rechazo de las reglas democráticas del juego; dos, la negación de la legitimidad de los adversarios políticos; tres, la tolerancia o el fomento de la violencia, y cuatro el intento de restringir las libertades civiles de  la oposición, incluyendo los medios de comunicación.

Escrito cuando apenas comenzaba el gobierno de Trump, el libro describe cómo estas cuatro tendencias ya se manifestaban con fuerza en ese gobierno, pero no alcanzaron a imaginar hasta dónde llegaría el ataque a las instituciones democráticas al perder las elecciones el deshonesto presidente capaz de decir más de 25.000 mentiras comprobadas durante su gobierno.

Desde antes de las elecciones Trump empezó una frenética campaña en redes sociales anunciando un supuesto fraude. Cuando las urnas le dieron una contundente victoria a Biden, el presidente no solo intensificó sus trinos repitiendo que le habían robado las elecciones, sino que empezó una campaña de demandas legales tratando que los jueces declararan nulos millones de votos por Biden. Además trató de presionar a las autoridades electorales de estados con gobernantes republicanos, donde había ganado el candidato demócrata.

Los jueces de todos los estados rechazaron las demandas por carencia total de pruebas del fraude; en los estados donde hubo recuento de votos los resultados no cambiaron, incluso en Wisconsin aumentaron los votos a favor de Biden, y ninguna de las autoridades electorales republicanas cedieron a las presiones de Trump, antes bien confirmaron su derrota.

El último intento de los republicanos fue una demanda presentada ante la Corte Suprema por el estado de Texas contra cuatro estados para que cambiaran los resultados. La esperanza era que la mayoría conservadora de la Corte le ayudara a Trump a revertir su derrota, pero los magistrados se atuvieron a la ley por encima de sus preferencias partidistas y rechazaron la demanda.

Hasta acá el sistema judicial y la independencia de los Estados frente al presidente han protegido la democracia. El peligro ahora está en el partido republicano, el Congreso y la opinión pública. La mayoría de los representantes republicanos apoyaron la demanda de Texas y solo dos o tres han reconocido la victoria de Biden. Además el 70% de los republicanos creen que Trump ganó las elecciones y que se las robaron. Esa es la herida de muerte a la democracia y Biden tendrá que lidiar con una oposición cerrera que no cree en el Estado de Derecho sino en el estado de opinión.

MAURICIO CABRERA

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