En las últimas semanas hemos observado cómo se vienen acrecentando los ataques sistemáticos contra el gobierno del Presidente Gustavo Petro, desde distintos sectores de la institucionalidad.
Sumamente contradictorios suenan los argumentos de “arropar a nuestros militares y policías”, frente a la violencia desatada por múltiples actores armados, mientras piden “mano dura” para el combate; esto suena algo así como “arropemos a nuestros jóvenes soldados mandándolos a la guerra”.
Hace una semana fue aprobado el Plan Nacional de Desarrollo ‘Colombia Potencia Mundial de la Vida’, el cual será la hoja de ruta del Gobierno nacional en los próximos cuatro años.
La segunda vuelta electoral para la presidencia de la República dejó en el escenario a dos actores que no venían de la clase política tradicional, lo que expresaba en la ciudadanía un deseo por cambiar el estado de cosas que se vienen presentando en el país.
Los hechos políticos ocurridos en los últimos días en la actual coyuntura preelectoral del Tolima, que han acaparado prensa nacional, dan cuenta del desvanecimiento de cualquier línea ética de la política y la consolidación de una hegemonía ilegítima e inmoral, de rasgos autoritarios, en el Departamento.
Expone el ibaguereño, Álvaro Cuartas Coymat, en su ensayo, “El Estado Soberano del Tolima”, consignado en el “Manual de Historia del Tolima”, que el maestro Darío Echandía contaba en una de sus cátedras universitarias una maravillosa anécdota sobre la creación del Departamento; y es que, a falta de un escritorio en el Alto Raizal, en inmediaciones de la población de Guaduas, el general Tomás Cipriano de Mosquera había firmado el decreto de creación del Tolima, “sobre la silla de montar de un macho bayo llamado El Venado”.