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Sin embargo, es tan exacerbado, oprobioso y criminal el rigor con el que las clases oligárquicas descargan su fusta contra quienes reclaman, luchan o simplemente piensan distinto, que ya choca con los sentimientos de hasta incluso las más tibias personalidades del mundo social y político, obligándolas a tomar partido a favor de la unidad en torno a un programa que ofrece superar el actual estado de cosas, y crear uno nuevo al servicio de todo el pueblo.
Pero este acentuamiento de la conciencia unitaria es también consecuencia de las exitosas campañas adelantadas por los diversos sectores alternativos en los pasados comicios, cuyas listas alcanzaron más de 20 curules en Senado y Cámara, y condujeron a las urnas a más de ocho millones de sufragantes que creyeron en Gustavo Petro. Resulta lógico entonces que, acompañando el júbilo por tales resultados, haya sobrevenido la convicción de que con la unidad el triunfo es posible, incluido el de llevar a uno de sus hombres al solio de Bolívar.
Y no solo la convicción entre los coaligados de entonces; también entre varios sectores de los partidos burgueses, que se están desprendiendo de ellos con claras manifestaciones de rechazo a las políticas oficiales y de confianza en el triunfo que ven germinar bajo las banderas de lo que hasta hoy ha sido oposición, y que con un sólido refuerzo puede volverse gobierno.
La unidad de todas esas fuerzas está, pues, en camino, y a ello está contribuyendo la credibilidad de sus dirigentes, sus propuestas e indoblegable valentía con que las han defendido y, sobre todo, la enorme capacidad de convocatoria de Petro.
Pero por encima de todo lo anterior está la puesta en escena de un pueblo que sufre cada vez más intensamente los aguijones de sus necesidades, pero al que, si bien tuvo que mermar su protagonismo en las calles a raíz de la pandemia que está en curso, no habrá pandemias que lo atajen cuando se ponga en camino a superar en las urnas los ocho millones de bendiciones que marcó por Petro en los últimos tarjetones.
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