PUBLICIDAD
No pudimos acompañarlo con mayorías congresuales suficientes para poder convertir en leyes las promesas de campaña, y ello está causando, en primer lugar, que los proyectos que se presenten al Congreso salgan mutilados -como ocurrió con la Reforma Tributaria, y ocurrirá con las reformas de salud, pensiones y régimen laboral- y, en segundo lugar, que para lograr lo que finalmente se apruebe haya que acudir a la mermelada, eso sí, en sus justas proporciones.
A propósito de mermelada, hay petristas que encuentran censurable que bajo su mandato se aplique tan repulsivo remedio, como los hay también que se niegan a creer que se esté aplicando. Debemos entenderlos: pertenecen a esa casta selecta que habrá de llevarnos a la tierra prometida sin mancharse ni romperse. A quienes no hemos sido señalados para conducir el carro a tan altos destinos, pero nos mantenemos fieles al compromiso de ayudar a empujarlo, nos agobian los mismos malestares; solo que procuramos sobreponernos a ellos con el pragmatismo suficiente para aceptar -eso sí, también en las justas proporciones- que se haga lo que se tenga que hacer.
Por fortuna, la mermelada no es una pócima que sirva a todos. Nunca faltan opositores íntegros, de esos que no esperan para sí más que el placer de salir airosos en lo que consideran sus justos ideales, y que, de no lograrlos, se resignan con su derrota, aunque conservando enhiesto el valor civil de volver a dar la batalla cada que la ocasión les resulte propicia.
Este parece ser el caso de Alejandro Gaviria, un hombre probo que llegó al ministerio de Educación a raíz de los esfuerzos del presidente por conquistar gobernabilidad atrayendo a su causa al llamado centro. Esa probidad no le permitió a Gaviria supeditar al honor de ser ministro su parecer sobre lo que considera debe ser un sistema ideal de salud, y ello condenó a Gustavo Petro a prescindir de sus servicios.
Lamentablemente, esta experiencia parece que no ha generado ninguna enseñanza. La disputa por las gobernaciones y alcaldías ya comenzó a jugarse, pero casi que exclusivamente en torno a tales dignidades. Quienes están tomando posiciones al frente de esas campañas parecen olvidar que los que resulten elegidos no podrán ponerse a salvo de los mencionados problemas mientras no cuenten con mayorías suficientes en las respectivas Asambleas y Concejos. O tal vez no sea un olvido. Tal vez sea que ven la política en función exclusiva de sus intereses personales. La pregunta es: ¿También en el Tolima, dentro del Pacto Histórico?
Comentarios