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Este nacimiento de Israel como Estado ocurría en momentos en que la humanidad apenas comenzaba a asimilar el horrible holocausto en que dicho pueblo había perdido a más de cinco millones de sus hijos en los campos de concentración establecidos por la Alemania nazi como escenarios de castigo, a los que se llegaba simplemente por ser judío, o gitano, o de otra minoría racial o étnicas cualquiera, sin que se hiciera necesaria acusación alguna ni pronunciamiento judicial condenatorio. La sola pertenencia a cualquiera de estos grupos humanos daba suficiente mérito para la reclusión y la muerte, bien por hambre, o bien por reclusión en las cámaras de gas.
Tan oscuro designio antijudío provino de una élite supremacista que, apertrechada en la mente de un fanático desquiciado, Adolfo Hitler, consideraba a la raza aria como el Alfa y la Omega del género humano y al pueblo judío como su antípoda.
Esto hace que, a los ojos de muchos ciudadanos del mundo, resulte incomprensible que ese pueblo, ayer víctima, hoy actúe como victimario sobre sus obligados vecinos palestinos, a los cuales sigue despojando de los menguados territorios que les quedaron como consecuencia de la arbitraria expropiación a que fueron sometidos en 1948. Los 47 mil habitantes de Gaza asesinados en los últimos once meses y la ocupación militar de su territorio dan cuenta de ello.
Pero no; no es el pueblo judío el protagonista de tan dantesca escalada de terror. Es una minoría de derecha extrema, racista, autoritaria y xenófoba, que ve en la religión y la política elementos ideológicos complementarios y que considera que los judíos son el pueblo elegido de Dios, lo cual, según quieren que creamos, les da derecho a ejercer pleno dominio sobre una supuesta Tierra Prometida, cuyos linderos están presuntamente comprendidos entre los ríos Egipto y Éufrates (Génesis 15:18:12), sin que tal delimitación coincida con las ambiciones territoriales que demuestra tener esta dirigencia política.
Esta es la minoría sionista que tiene al pueblo palestino condenado a un holocausto con caracteres tan dramáticos como el que sufrió el propio pueblo judío a manos de los nazis. La comparación puede resultar odiosa, pero no dista de la realidad. Como tampoco dista la que se haga entre el corazón de Hitler y el de Netanyahu.
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