Por la reelección de Petro

Rodrigo López Oviedo

El interés en reelegirse que han manifestado todos los mandatarios que lo han intentado, con éxito o no, ha estado acompañado casi siempre de un tufillo mesiánico, que los ha llevado a justificar su deseo con el cuento de que, sin un nuevo periodo, quedaría trunco el propósito que los convirtió en presidentes.
PUBLICIDAD

 

Recordemos que, a raíz de la expedición de la Constitución del 91, la reelección en nuestro país quedó proscrita, y que se necesitó que llegara Álvaro Uribe para que tal figura recobrara vida. Esto le permitió a Uribe disfrutar de un segundo mandato, que pudo extenderse al tercero, si la Corte Suprema no lo hubiera impedido. De todas formas, su empeño en perpetuarse quedó evidenciado en sus respaldos a Santos y Duque, a los cuales logró llevar al poder, así no haya podido propiamente gobernar a través de ellos, como quedó claro al menos en el caso de Santos.  

Los enemigos de Petro vienen propalando la idea de que con sus invocaciones frecuentes al constituyente primario está evidenciando tener ese espíritu mesiánico, amén del deseo de perpetuarse en el poder.

A estos señores no les ha bastado con que el presidente esté manifestando reiteradamente lo contrario, pues en lo que andan interesados es en irle sumando ingredientes al turbio propósito de dañarle la imagen, y todo con el fin de propinarle un golpe blando, que no parece ser tan blando según los recientes indicios que despejan toda duda acerca de que lo que se intenta es un magnicidio.

Pero, a pesar de lo que dicen Petro y sus enemigos, se ha venido manifestando últimamente en el petrismo un clamor de quienes quisieran verlo reelecto. Es ese un interés que, dígase lo que se diga, vale la pena estimular, pues nada de lo que se haga por voluntad mayoritaria del pueblo puede considerarse contrario a la democracia. Lo que sí resulta contrario es cercenar esa voluntad, cualesquiera que sean los argumentos que se esgriman.

Si de manera autocrática las mayorías en el Congreso han impedido que se aprueben las reformas por las que el pueblo votó en el 2022, las mayorías populares están en el derecho de decir lo contrario, y así dejarlo consignado en las elecciones de 2026. Y si lo que también quieren es levantar las talanqueras que impiden la reelección, las mismas elecciones del 2026 pueden aprovecharse para ello, aunque llevando mayorías calificadas al Congreso y grandes masas populares a las calles. Pero para ello hay que comenzar a trabajar desde ya, aunque con una metodología electoral diferente a la empleada hasta ahora, pero de esto ya habrá tiempo para hablar.

 

Rodrigo López Oviedo

Comentarios