El acoso a Íngrid Betancourt

Hernando Salazar Palacios

En esta época de redes sociales es relativamente fácil acosar a alguien por dichos espacios, de manera abierta o anónima.

Lo que hicieron algunas personas esta semana con la excandidata presidencial Íngrid Betancourt es un ejemplo del ruido que puede ocasionar el acoso cibernético. Al mismo tiempo, es una muestra de la intolerancia que sigue caracterizando a muchas personas de este país golpeado por el conflicto armado, donde muchos nunca aprendieron a controvertir sino a agredir.

Esa es otra lamentable herencia del conflicto armado, que les “enseñó” a muchos que a los contradictores hay que aniquilarlos con balas o con infundios. Es la lógica del “si no lo mato o lo neutralizo físicamente, entonces lo destruyo moralmente”.

Esos acosadores cibernéticos -conocidos y desconocidos- no ahorraron esta semana palabras para enlodar y descalificar a Íngrid Betancourt después de que volvió al país para hablar de reconciliación y apoyar el proceso de paz. Como si eso fuera un despropósito, un delito o una traición.

Esos acosadores no le perdonan a Íngrid que ella -que demandó al Estado por su secuestro y ahora reconozca que se equivocó- diga que ha aprendido de sus errores, que hay que saber manejar el ego, que está dispuesta a dar un abrazo a quienes la mantuvieron siete años en la selva, que debemos estar dispuestos a ceder por la paz, que las víctimas están más dispuestas a perdonar que muchos que solo han visto los toros desde la barrera y que Colombia está en un momento histórico que no debemos desaprovechar.

Esos acosadores se mueren de rabia cuando ven que Íngrid se abrazó con Clara Rojas, su compañera de cautiverio, y con quien tuvo muchas diferencias cuando estuvieron secuestradas. Esos acosadores no le perdonan a Íngrid que se atreva a criticar la actitud guerrerista del senador Uribe.

Entonces, las jaurías cibernéticas se le fueron encima y le dijeron hipócrita, la compararon con una hiena, repitieron la infamia de que ella se hizo secuestrar por las FARC, negaron su condición de víctima, etc., etc.

Uno de los delirantes twitteros llegó a decir que Íngrid hace parte del grupo de colombianos “más odiados”. Y ahí puso al senador Iván Cepeda -cuyo padre fue asesinado- y al presidente Santos.

¡Por favor! Si vamos a seguir despellejándonos de esa manera, será muy difícil construir la paz que millones de colombianos añoramos para nuestros hijos y nuestros nietos, a pesar de las jaurías que quieren sembrar miedo.

Ya nos pasamos buena parte de nuestras vidas matándonos. Deberíamos hacer un esfuerzo genuino con tal de intentar vivir en un país en que las diferencias se resuelvan por las buenas. Yo, que nunca voté por Íngrid, defiendo su actitud de reconciliación. Eso es lo que necesitamos aprender si queremos salir de este pantano.

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