El requisito de la astucia

Benhur Sánchez Suárez

La verdad es que yo, ignorante en casi todo, pongo en duda la educación en nuestro medio. La calidad, tan cuestionada, no se está buscando en Colombia y tal parece que a nadie le importa que se busque. Y mucho menos que se encuentre.

La situación actual del país (sus instituciones, sus líderes, sus ideologías) nos demuestra que los procesos son equivocados porque quienes se forman o son demasiado astutos o su preparación es tan deficiente que pareciera demostrar que son la antítesis del conocimiento.

Si no fuera sí, por qué a propósito la ley se aplica a medias, los puentes se caen sin inaugurarse, las carreteras se hunden recién construidas, los edificios se vienen abajo, la juventud vive desorientada, la cultura es un fastidio de viejos sin oficio, los costos tantas veces planeados y proyectados nunca alcanzan o los tiempos estimados para ejecutar cualquier obra no coincide con las necesidades. Es el culto máximo al medio hacer y a la ignorancia. O a la astucia.

Hay un tufo que no es el de los borrachos sino uno que se percibe en las noches y no se disipa sino en la madrugada, cuando ya no hay nada qué hacer. Y es que la astucia está por encima de la formación y de la sabiduría y por eso el objetivo profesional es sacar provecho del oficio por encima de toda circunstancia.

Pareciera que conseguir riqueza fuera estrategia prioritaria frente al saber hacer. Y con honradez.

Y lo digo porque no entiendo cómo un profesional ni siquiera tenga comprensión de lectura y no le guste leer; no sepa redactar bien un informe, no sea capaz de elaborar un presupuesto sin errores, sus cálculos sean siempre erráticos; los pacientes se mueran de cosas distintas a las que los están tratando; el inocente sea condenado y el asesino quede libre; pero, eso sí, cualquier trabajo de un profesional vale esta vida y la otra, las arcas estatales a duras penas alcanzan para cubrir las exigencias de tanto sabio y son pocas las obras, tanto materiales como inmateriales, dignas de la solidez del tiempo.

Por eso pienso que a la “malicia indígena” de la que, según los expertos, estamos dotados, habrá que agregarle la astucia que la incapacidad del estado para educar y formar ciudadanos capaces desarrolla y perfecciona en las personas por simple estrategia de supervivencia.

Educar sin principios y con la moral del más fuerte, sin conocimiento de la historia, es, por lo menos, feriar en el azar del tiempo el futuro de la patria.

La ley, esa maraña de incongruencias y privilegios escondidos, lo que hace es premiar el delito por encima del bienestar de la mayoría. La astucia es el requisito.

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