Desempleo regional. Caso Ibagué

Aurelio Suárez Montoya

Agradezco la invitación que El Nuevo Día me ha cursado para escribir cada mes una breve nota en su página económica. Por distintos periodos he colaborado con esta casa y regreso con el mayor de los gustos y, como siempre, sin más compromiso que brindarles mi opinión a los lectores según las propias convicciones.

El debate económico más notorio de este año es el que se ha librado entre el gerente del Banco de la República, Juan José Echavarría, y el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, sobre el real estado de la economía nacional. Mientras el primero habla de estancamiento, el segundo esgrime los ingresos de inversión extranjera como síntoma de buena salud.

Existen argumentos para refutar a Carrasquilla, entre ellos el que las salidas de capital extranjero de 4.200 millones de dólares –como giro de las ganancias de las transnacionales al exterior- fueron superiores a los 3.335 en los ingresos que tanto pregona. No obstante, el desempleo creciente se torna en razón más poderosa para cuestionar el desempeño de la actividad económica nacional.

En las regiones de Colombia y en sus capitales es donde se está sintiendo con mayor rigor la desocupación que ya cobija a más de 2,6 millones de personas, lo cual -de mantenerse- elevaría el desempleo estructural a mayores niveles. Esa cifra se viene incrementando desde el último trimestre de 2015 y eso que la llamada población inactiva, la que no busca empleo por distintas razones incluidas las voluntarias, ya llegan a 14,5 millones cuando a finales de 2013 eran tan solo 12,8 millones; es decir, ha aumentado más de millón y medio.

Los resultados actuales para Ibagué son dramáticos: el desempleo es del 16,6%, el tercero más elevado entre 23 capitales, cuando en diciembre de 2013 fue de 11,3%, en el puesto séptimo; el número de desocupados es de 46 mil cuando a finales de 2013 era de 32 mil y la informalidad se fija hoy en el 51,4%; o sea que, de cada cien personas ibaguereñas económicamente activas, 68 están desempleadas o en el rebusque. No obstante, lo más alarmante es el desempleo juvenil, donde Ibagué está en el primer lugar de todo el país, con el 27,8%, casi uno de cada tres jóvenes ibaguereños ni estudia ni trabaja.

Históricamente la agricultura y la industria en Ibagué han sido el cerca del 11% y el 8%, respectivamente, del total de la producción (PIB) y, al no estarse expandiendo, la demanda de mano de obra recae en sectores como servicios o comercio sin el arrastre suficiente y en microempresas que son el 90% de la estructura empresarial.

Este tema debe debatirse en las elecciones regionales en curso y ha de proponérsele soluciones ciertas. ¿Nadie promoverá, por ejemplo, planes de empleo público en diversos oficios con capacitación adecuada para jóvenes?

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