Con 71 años, Carlos, escribiente de Ibagué, se graduó como abogado

Crédito: Jorge Cuéllar / EL NUEVO DÍADe 50 escribientes que había en la década del 90, actualmente solo quedan unos cuatro.
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Por más de 20 años ha ayudado a todo tipo de personas a redactar tutelas, derechos de petición, escrituras públicas, etc. Ahora, hizo realidad el sueño por el que batalló por años.
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Al final, la vida que a cada quien le toca vivir se encuentra direccionada por los vaivenes del destino y la casualidad, la cual lleva a algunos a mejores y peores puertos, dependiendo de la fortuna personal. Sin embargo, están aquellos que, pese a las circunstancias, nadan contra la corriente para hacer de los anhelos propios una realidad. Algo parecido le terminó por suceder a Carlos Julio Ramírez Palmar, un vigoroso escribiente de la capital tolimense, que aunque la vida se empecinó en negarle el título de abogado, hoy logró a sus 71 años coronar este objetivo.

Ramírez, escondido en el callejón de la Gobernación, al cual fueron enviados los tinterillos en 1994 por mandato del exalcalde Rubén Darío Rodríguez Góngora, relata con voz eufórica cómo consiguió, en su septuagenario aniversario, ser un abogado a mucho orgullo. La prueba de ello la sostiene en sus manos, aquellas que, aunque muestran el golpe del tiempo, sigue usando para mecanografiar todo tipo de sucesiones, escrituras públicas, demandas y oficios. “El Concepto de la Familia a la Luz de la Corte Constitucional Colombiana al 2021”, fue el trabajo que le permitió obtener el título.

“A mí toda la vida me ha gustado leer”, con esa frase sentencia el inicio de un relato, en el que expone, a detalle, cuál si fuera un testigo obligado por juramento a decir toda la verdad, el motivo por el que tuvo que esperar casi toda una vida para obtener el cartón.

Desde chico, Ramírez fue de aquellos que se negaron a los placeres propios de las jóvenes de su edad, para, en su lugar, dedicarse al deleite que produce leer un buen libro. Cualquier pretexto le servía para volverse preso a la tinta de escritores que con su prosa hablaban de este mundo, o de otros imaginados. “Cuando crecí me empezó a gustar el derecho, por lo que apenas pude, trabajé en el poder judicial en Bogotá, en 1974”, comentó.

A pesar de carecer de formación académica, Ramírez pudo surfear por varios años las peripecias y ostentar cargos que, a la postre, lo acercaron al ejercicio de aquellos  hombres de traje y corbata que se dedican a litigar. “Estuve de notificador, escribiente, secretario de juzgado y a veces alcancé a jugar de sustanciador”. 

Fue con el paso de los fríos días en la capital, de aquellos primeros años de los 80’, que nace la esperanza de titularse como abogado, pues alternando sus obligaciones familiares y laborales, estudió en la Universidad Autónoma. Por ese entonces, tuvo que leer libros similares a los que hoy se encuentran en su puesto de trabajo, páginas amarillas y descuadernadas que versan sobre derecho civil, administrativo y penal.

Sin embargo, como buen hombre de letras que lo caracteriza, llegó una crisis por un mal de amor, que le obligó a abandonar sus estudios, cuando estos se encontraban a la mitad. “Hay una parte de mi vida que no me interesa recordar, en la que me separé y tuve problemas. Una cantidad de situaciones de las que no quiero saber. 25 años de mi vida que boté a la basura. Episodios de esa otra vida que, a mucho dolor, mis hijos quieren que escriba”.

Los efectos de ese periodo aún le pesan en el alma, pues lo alejaron de su profesión y de su ciudad, hasta el punto en que el naufragio lo arrastró a tierras Tolimenses, en las que tuvo que empezar de cero.

 

“Quise reorganizar mi vida”

En Ibagué, quiso volver a apostarle a sus estudios con la Universidad Cooperativa, ya desde cero, pues poco le valió su experiencia en la academía y los despachos capitalinos. 

“Lamentablemente, por aquel entonces me quedé sin trabajo, por lo que tuve que abandonar de nuevo la carrera. En vista de que no había posibilidades, me presenté en todas las entidades oficiales que existían para buscar trabajo, como la Dian, pero allí quedé de segundo lugar; en Policía de Carreteras; en la Gobernación pasó lo mismo, hasta que pedí revisión de mi examen y descubrí que no me eligieron fue por corrupción”, relató.

A falta de oportunidades laborales, con un mar de conocimiento en su cabeza y una pesada máquina de escribir, Ramírez inició como escribiente en el centro de la ciudad. Ahora, su celular no paran las llamadas de agradecimiento de usuarios que, gracias a sus palabras, han resuelto líos judiciales.

“Aparte de vivir de esto, tengo una finca en la que crío pollos en el Cañón del Combeima, pero pensé, me estoy volviendo viejo y esto no me va a dar de comer, así que decidí, de nuevo convertirme en un profesional”.

Aunque las mofas de conocidos y extraños al escuchar el proyecto no se hicieron esperar, Ramírez se dedicó desde el 2015 a mover cielo y tierra para juntar los recursos y pagar su matrícula, con la diferencia de que en esta oportunidad, cueste lo que cueste, estaba enfocado en terminarla. “Por la edad, nadie me prestaba y el ICETEX se me iba a reír en la cara, entonces supe que debía conseguir la plata sagradamente cada 6 meses. Finalmente, por la pandemia y la monografía, logré graduarme este año”.

Actualmente, desde su puesto de trabajo, con la máquina de escribir afectada por el óxido y montañas de hojas cuyo orden y utilidad solamente él conoce, hace planes para abrir una oficina junto a una compañera; con la plena certeza, en todo caso, que aquel sitió desde el cual vio tantan veces el sol caer, no cerrará su servicio a la madre soltera, al campesino analfabeto y al trabajador acosado.

 

 

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Credito
JUAN CORREDOR

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