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La noticia descentralista y generadora de autonomía regional causa más zozobra que júbilo, pues si bien podría acicatear la redención del Tolima, también podría ser más queso para la insaciable voracidad ratonil y, por ello, la estocada final al anhelo de tener un Tolima incluyente, moderno y próspero. Con esa reforma no habrá excusa para culpar al gobierno nacional (a Petro) de todo mal, pero tampoco el progreso llegará, pues orbitamos la autocracia venal y clientelista, no la democracia, la decencia y el saber, es decir, no existen condiciones sociales, económicas y políticas para potenciar nuestros recursos y, favorecidos por las transferencias, empezar a reconstruir socioeconómicamente la región tolimense.
Generalizo y con relativa dureza digo que el pensamiento crítico tolimense sobre el progreso no existe o solo es funcional y efectista, pues enfoca síntomas o manifestaciones del atraso y no sus causas y las soluciones para superarlo y por ello la voluntad colectiva no se expresa en sinergias progresistas y sí en fanatismos que oxigenan conductas decadentes y antiéticas que avivan el atraso. Así visto, y sin negar sus méritos en asuntos específicos, el pensamiento crítico y propositivo solo gira sobre lo cívico; lo cotidiano; la inmediato; lo asistencialista; la coyuntura o el tema de actualidad; la queja; la denuncia; lo obvio; la ortodoxia económica; la miseria político-electoral. Desde luego los tolimenses nos sabemos merecedores de mejor destino, pero no logramos salir del círculo vicioso de esa pequeña mentalidad funcional.
No es impropio ocuparse de lo arriba expuesto, siempre y cuando todo cuanto se proponga en la cotidianidad, a nombre del progreso, tenga fundamento y propósito, porque de no ser así, los esfuerzos se convierten en simple activismo ingenuo, inútil y estéril. Es por tal razón que algunos, nadando contracorriente y como bichos raros por rechazar costumbres rancias, porfiamos en la identidad territorial o regionalismo autonómico como precepto para asumir el reto sistémico del desarrollo y, de ello, el modelo social, ambiental, económico y político; el reencuentro de los tolimenses; la cultura; el arte; las tradiciones; la educación; la ciencia; la innovación; la tecnología aplicada a la construcción regional. Estos y más factores motores del desarrollo deben converger en sincronía para empezar una gran transformación.
Se inferirá entonces que en el Tolima la politiquería causa un cortocircuito que impide que la acción cotidiana desemboque en el desarrollo, que inutiliza talentos y atiza desencuentros y que evita que las ideas inspiren la vocación de poder y, a este, la fuerza política (la genuina) para cambiar la realidad. Tomo el sirirì del despeje del espacio público (ventas ambulantes) como ejemplo para explicar el ridículo activismo o típica mentira efectista, pues el rebusque es secuela de la pobreza inherente al atraso y, por ello, una realidad con la cual, sin ocultarla ni negarla, tendremos que convivir mientras no seamos capaces de concertar todos aquellos factores motores del desarrollo que solucionarían o mitigarían los efectos del subdesarrollo.
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