La tragedia de Macbeth en pantalla

Crédito: Tomada de internet
Se estrenó el año pasado y, al igual que la novela homónima de la que se adaptó, conserva aires de dramatismo y frialdad.
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El filme dirigido por Joel Cohen es una película que hace de la luz y el escenario seres anímicos que metamorfosean las emociones en cuchillos cortantes, a la vez que moldean una vida de ambición y poder. Macbeth llega al trono con un marcado acento en la ambición que hace del mal el motor “porque lo que el mal emprende… con mal se refuerza”. En la película, cada salón en penumbra, cada cruce de camino entre la niebla, el cielo vigilado por las aves fatídicas son expresión del alma del rey corroído por la locura del poder.

Lo imaginario es una poderosa arma para transformar un deseo. El aspirante al trono tiene suficiente ambición como para dar soltura a su imaginario cizañero de poder. En la puesta en escena para la plataforma de televisión Apple tv, el marco de la pantalla desarrolla planos que dan una visión lineal de la acción al tiempo que focaliza la intensidad del drama con una variedad de visiones cargadas de claroscuro como telón de fondo. El deseo de poder, por tanto,  es una fuerza de impulsos que se matiza con la tonalidad del claroscuro y labra el camino al cultivo de efectos dramáticos que producen la luz y la sombra con el brillo que contrasta en la oscuridad.

La combinación de luz y sombra, por lo tanto, logra efectos de mayor dramatismo en la representación del mal con la alta fidelidad de la pantalla. El contraste de luz y sombra en la película da fuerza al estado de ánimo que presenta la tragedia. La iluminación misma da fuerza dramática a  la representación fílmica. En una escena cargada de delirio asesino, Macbeth camina por un corredor guiado por la imagen de una daga brillante al final, en medio de arcos que condensan el claroscuro, que contienen el deseo de matar; el contraste de luz y sombra da soltura a las dudas, al pensamiento agónico, a las visiones:

“¿Es una daga lo que veo ante mí? ¿Con el mango hacia mi mano? Ven… deja que te agarre… no te tengo, más sigo viéndote… ¿No eres tú, fatídica ilusión, sensible al tacto y a la vista? O no eres más que una daga imaginaria, creación falaz de una mente enfebrecida?” .

En otra escena, el mismo Macbeth, luego de acceder al trono aparece reunido con dos mendigos en una sala circular demarcada por las sombras y la luz del lugar: aquí se intriga en un diálogo colmado de cizaña venosa para tejer el asesinato de Banquo:  

- Macbeth: “sabéis que Banquo fue vuestro enemigo”

- indigente: “Cierto, mi señor”

- Macbeth: “También el mío. Y en tan mortal divergencia, ¡que cada nuevo momento de su vida se me clava en las entrañas! Bien pudiera apartarle de mi vista, abiertamente, y decir que fue mi voluntad, más no debo. Por todo ello solicito vuestra ayuda, hurtando esta empresa  los ojos del común, por razones de gran peso”.

Banquo mismo presenta sus propias dudas con un foco de luz que proyecta el recuerdo tenebroso de las tres brujas que han anticipado el reinado del hombre manchado de sangre: “Ya lo tienes todo, rey, Cawdor, Clamis, todo como te lo prometieron las fatídicas. Y temo que jugaste con vileza para lograrlo… más dijeron que el título no pasaría a tu progenie, que tan sólo yo sería cabeza y raíz de muchos reyes… si salió verdad de su boca… tal como en ti, Macbeth, brillaron sus augurios, ¿Por qué las verdades que contigo se han cumplido no pueden ser oráculo también para mí y alimentar mi esperanza?”. En ese instante de la escena se enciende la iluminación del escenario y Banquo abandona  el salón por entre arcos que proyectan sombras sobre el suelo.  

Lady Macbeth, igual, nos deja ver sus pensamientos sombríos, sus dudas, su locura cuando sonámbula desciende al patio delineado por un cuadrado de luz bajo el cobijo de un árbol y su sombra: “fuera, maldita mancha, ¡fuera he dicho!... la una… las dos…es ahora el momento de hacerlo. El infierno es sombrío. ¿Cómo mi señor, cómo? ¿Un soldado con miedo?¿Por qué temer que se conozca, si nadie nos puede pedir cuentas?... aunque, ¿quién iba a pensar que el viejo tendría tanta sangre?”. Todo este monólogo transcurre bajo el árbol que gotea al tiempo que proyecta su sombra sobre el suelo. Allí, entre el sueño y la vigilia revela las minucias del crimen del rey Duncan. El claroscuro es testigo de esta confesión maldita junto al médico de la corte y la criada.

En la película, el claroscuro recoge el estado anímico de objetos, personajes y lugares, con ese juego de luces y sombras que configuran una atmósfera trágica capaz de condensar lo siniestro del drama, con un rey que ambiciona el poder. Su efecto no es otro que dar fuerza dramática a un personaje, una espada o un cuchillo, una sala en penumbra o un patio que revela el secreto del crimen. Hasta un cruce de caminos en medio de un horizonte de niebla revela la cizaña misma. La iluminación oscilante entre sombras y claridades condensa la metamorfosis asesina. El claroscuro da potencia al carácter de Denzel Washington como Hamlet y agrega profundidad al escenario, en la pantalla que se hace íntima.

A la quietud de la representación fílmica de hechos  se le compensa con la carga anímica que hospeda el contraste de focos de luz y sombras, de niebla, viento y hojarasca, de monólogos que albergan la frialdad de la indiferencia, como el que sucede cuando Macbeth se entera de la muerte de su reina: “había de morir  tarde o temprano. Alguna vez vendría tal noticia. Mañana y mañana y mañana se arrastra con paso mezquino, día tras día, hasta la sílaba final del tiempo escrito. Y la luz de nuestro ayer guio a los bobos hacia la muerte. Apágate, breve llama. La vida es una sombra que camina… un pobre actor que en escena se arrebata y contonea y nunca más se le oye el cuento de un idiota… lleno de ruido y furia, que nada significa”.

Esta fría indiferencia hacia la muerte de Lady Macbeth es el reflejo de una vida emocional sesgada por la ambición, por el deseo de poder a costa del asesinato de sus cercanos. Pero este sesgo emocional no le impide sentir miedo en un periodo de su vida todavía cargado de locura, como cuando a Duncan, el rey, asesina. Frente a su futura reina nos deja ver su flaqueza ante el miedo:

- Lady Macbeth: “Por qué vienes aquí con esas dagas? Su sitio está allí. Mancha de sangre a los criados dormidos.

- Macbeth: “No iré. Me asusta pensar en lo que he hecho… no me atrevo a volver”.

O dejar de sentir miedo, como cuando a un sirviente le lanza unas frases que anteceden el monólogo de la muerte de la reina:

- Macbeth: “¿Qué ruido es ése?

- Sirviente: “Gritos de mujeres”

-  Macbeth: “Ya casi he olvidado el sabor del miedo… hubo un tiempo en que un cuchillo en la noche me helaba el sentido. Y mi melena se erizaba ante un cuento aterrador, cual si en ello hubiera vida”.

El resultado de esta vida siniestra,  es la fría indiferencia como toque distintivo del tirano: la indiferencia por la vida de sus súbditos. La pantalla recoge la intensidad dramática, los estados emocionales y la frialdad asesina de un hombre ambicioso de poder que encarna el mal del tirano. La puesta en pantalla de esta ambición asesina concilia la representación teatral clásica con la precisión decorativa de la fidelidad técnica de la filmación en blanco y negro.

Credito
Alfonso Argüello

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