Yolanda

SUMINISTRADA - EL NUEVO DÍA
Presentamos una columna de Ana Cristina Restrepo, del diario El Colombiano, sobre la labor de la docente Yolanda López, reconocida como Maestro Ilustre en el Premio Compartir al Maestro 2010.

Dicen que cuando en la plaza principal de Líbano, Tolima, alguien grita “¡hey…, poeta” todos voltean a mirar… porque todos se sienten poetas.

Allá nació Yolanda. 

Yolanda es trigueña, de mediana edad. Y su perfume huele a flores. Además de los chécheres que todas solemos cargar en la cartera, ella empaca una blusa de repuesto por si acaso. 

Cuando va por la calle, se mueve con la serena naturalidad de las mujeres que no se creen observadas, pero si pasa frente a una vitrina o una ventana del colegio, repara en su reflejo.

Una vez en el salón, corrige su postura (luce altiva) y, sutilmente, alivia su cansancio contra el tablero: ¡jamás se atrevería a sentarse sobre el escritorio…  

Ella sabe que es ejemplo.

En los intervalos laborales, llama a sus hombres (esposo y dos hijos) a lugares diferentes de Colombia (Ibagué, Bogotá y Medellín):  

“Hola, mi amor. Está haciendo un calor impresionante. ¿Ya desayunaste?”. 

Conversaciones mínimas que dan sentido, orden a su mundo. 

A los 17 años, Yolanda fue la mejor bachiller de su colegio. Ingresó a una universidad pública para ser enfermera, pero se arrepintió. Pasó un par de meses sin estudiar hasta que aceptó hacer un reemplazo en una escuela.  

Lo primero que hizo fue organizar una rifa destinada a comprar libros para la biblioteca. En las aulas se comenzaron a escuchar las voces de autores como Mario Benedetti y Andrés Caicedo.

Yolanda es licenciada en Español e Inglés y, en la actualidad, enseña en el Colegio de la Policía. 

“Uno nunca tiene el respeto de preguntar por las vidas de los estudiantes”, reflexionó una noche. Entonces, descubrió que sus alumnos estaban llenos de angustia por sus padres secuestrados, muertos, asignados en zonas rojas.

Pensó que la escritura los podría liberar de ese sentimiento.

El ejercicio 

En 2005, una niña de noveno grado llamada Lissette, escribió ‘Las siete vidas del gato’, una crónica que contaba con orgullo cómo su padre, Álvaro Pulido Cabrera, había sobrevivido a varias tomas guerrilleras. 

En la semana de la última reescritura, el agente Pulido fue asesinado. Por supuesto, Lissette incumplió con su tarea.

Dos años más tarde, justo antes de su graduación, la estudiante entregó la versión final de su relato: “La sonrisa del último adiós”.

La profesora Yolanda López, Premio Compartir al Maestro 2010, a veces viaja invitada por el Ministerio de Educación como modelo pedagógico para replicar.

Yolanda tiene nombre de canción, vive al ritmo que cada día le impone en armonía con la cotidianidad de sus alumnos. Pero cuando habla se convierte en una sinfonía coral: cientos de niños que sufren en silencio expresan su dolor a través de ella.

Y por eso la llaman maestra.

Perfil de la maestra

Yolanda López, según se reseña, es licenciada en Español e Inglés de la Universidad del Tolima, con posgrado en Enseñanza de la Literatura, docente de la planta de educadores de la Secretaría de Educación de Ibagué.

Es coautora de Alternativas didácticas para la enseñanza del lenguaje en las aulas. En el libro Leo, Lectura, Escritura, Oralidad (México 2009), le fue publicada la ponencia “Palimpsestos y juegos literarios”. Además es tutora virtual del Cerlalc y el MEN y coordinadora de la Red Pido la Palabra capítulo Tolima.

Su experiencia ‘La competencia comunicativa vista a través de la crónica’ está publicada en el portal Colombia Aprende. Debido a su fructífera experiencia pedagógica es invitada de forma permanente para que dicte talleres de capacitación y conferencias en distintos lugares del país-.

La sonrisa del último adiós

Hace dos años, en las clases de Castellano, iniciamos con la Maestra un proyecto sobre crónica. Entre todo el grupo se acordó que los temas a tratar en ellos serían acontecimientos que a diario vivían nuestros papás todos ellos pertenecientes a la Policía Nacional y que la idea era darles un tratamiento muy humano. Así que cada estudiante comenzó a indagar la experiencia más acogedora para desarrollar la Crónica y llevar a feliz término el proyecto.

Yo, como todos mis compañeros, busqué la experiencia más linda de todas aquellas que a mi padre le habían pasado y me había relatado. Así que para iniciar busqué un título que compaginara con lo que yo iba a escribir sobre mi padre; la crónica se llamaría “Las nueve vidas del gato”.

Pasadas unas semanas, entregué mi primer borrador donde contaba con detalles las experiencias que mi padre vivía a diario como derrumbes, ataques guerrilleros, problemáticas intrafamiliares, secuestros, entre otros, que los policías tienen que atender a lo largo de su trabajo y donde yo me enorgullecía y daba gracias a Dios por tenerlo con vida y sano.

Después de la última corrección que me hicieron los compañeros y la profesora Yolanda López, yo debía entregar mi “texto público”, es decir el texto final depurado de errores tanto de redacción como de ortografía y ella nos había dejado unos días para la entrega final. En esos días, sucedió la tragedia que llenó de dolor, tristeza, nostalgia, soledad y vacío a mi familia. Mi padre fue asesinado en el ejercicio de su deber. Todo cambió de ahí en adelante y una nueva historia surgió y cambió drásticamente mi escrito, esta es mi crónica: En 2004 Álvaro Pulido, agente de la Policía, entrega un oficio al Comando, en el que consta que ya han pasado 20 años prestando servicio a la comunidad ibaguereña y si ya le dan el permiso de pensionarse. 

Recuerdo muy bien que en ese mismo año, a finales del mes de mayo, le llega la respuesta donde le dicen que no es autorizado pues aún le hace falta un año de servicio y que debe trasladarse a Rovira en junio, para completar su misión. Con todo el dolor del alma Álvaro se preparó para acudir al nuevo lugar donde apoyaría a la sociedad de Rovira.

Debía esperar sólo un año más de servicio para poder estar del todo con su familia. Al año siguiente, el 26 de mayo de 2005 nació el único varón de la familia y Álvaro no cabía de la dicha, ese bebé se convertía en la fortaleza para esperar los días de servicio que aún le quedaban después de 20 años de servicio. 

Cinco días después del nacimiento del bebé, Álvaro cumplía 39 años de vida que compartió con su esposa e hijos. Disfrutó como nunca, se rió y bailó con su esposa, quien también estaba de cumpleaños, todo sin imaginar la tragedia que se venía.

El 6 de junio de 2005, a las 3:15 p.m., una emboscada del frente 21 de las farc, mata a dos policías en el balneario Jaguar, sobre el río La Luisa, vía a Rovira; los agentes son identificados y uno de ellos es el agente Álvaro Pulido Cabrera, mi padre.

En Ibague la familia no se ha enterado, hasta que una vecina que ha oído noticias, llama a la hermana mayor Sandra, y le comenta lo que está pasando en Rovira y que hay dos muertos. 

Sandra llama al Comando de la Policía para que le den información pero no logra obtener información concreta. La familia ya está en zozobra, hay confusión y desespero. Sandra entonces intenta llamar a Rovira a cualquier número telefónico y alguien le contesta que sí, que hay dos policías muertos y uno de ellos es el agente “risitas”. Así era llamado Álvaro Pulido. Toda la vecindad ya se había enterado pues en RCN habían dado la información a esa hora.

El 8 de junio a las 9:00 de la mañana el cadáver de Álvaro fue llevado al Comando para recibir los honores por haber muerto prestando el servicio a la Patria. Hacen una misa, a su familia le entregan una medalla, una bandera de Colombia y su quepi. Luego es llevado al cementerio San Bonifacio.

Unos meses después, llega una carta con la calificación del difunto Álvaro donde decía que por morir en actos de Servicio y por haber tenido buena conducta era calificado en la escala C. que es la mayor.

Álvaro, un agente que vivió para ayudar a otros, que dio su vida por salvar la de otros, murió. Lo triste de esta historia es que solo le faltaban unos pocos días para pensionarse.

L.F. Pulido Anaya 2007

Credito
ANA CRISTINA RESTREPO J.

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