En agricultura, el inicio va por el suelo

Los expertos estiman que es inconcebible que se establezca un cultivo ya sea a corto, mediano o largo plazo, sin realizar un análisis de suelos antes. Se pueden corregir las deficiencias en el camino pero técnicamente no es correcto ni recomendable.

Los adagios populares de nuestros abuelos daban importancia a su grandeza y transcendencia: “Una mano por el cielo y otra por el suelo”.

E incluso era parte de los descifres meteorológicos, muy cumplidos en tiempos pasados, por cierto: “Cuando veas arañas en el suelo, habrá nubes en el cielo” o “arco en el cielo, agua en el suelo”.


Y qué decir a la hora de sus siembras: “el suelo arenizo, devora el abono; el pedroso el corte del dalle”.


¿Pero por qué esa mezcla de minerales, materia orgánica, bacterias, agua y aire, que se llama suelo, es lo primero que se debe tener en cuenta para un desarrollo agrícola?.


De acuerdo con Víctor Hugo Morales Núñez, ingeniero agrónomo e investigador, hay que tener en cuenta dos eventos históricos.


En la mal llamada “revolución verde” toda la atención se centró del suelo hacia arriba, es decir, las plantas eran las protagonistas; sin embargo, ahora, el paradigma se rompe y todo gira del suelo hacia abajo.


“Lo anterior significa que debajo del suelo hay un mundo por descubrir, una urbe de vida que encadena todos los sistemas biológicos y minerales allí existentes, que son sustanciales para una real producción. Es una geodinámica sostenible”, agregó.


Equilibrio

Morales Núñez estimó que allí existe una armonía y condiciones de equilibrio que cuando se rompen dan al traste con la producción.

“En la selva, es el mismo árbol el que le proporciona al suelo sus nutrientes en un ciclaje permanente. Cuando sembramos, por ejemplo, cultivos de tardío rendimiento en zonas tropicales como las nuestras, se debe planificar qué sistema de suelo se necesita y se requiere; o de lo contrario, el error será para 30 años, lo que redundará, sin lugar a dudas, en pérdidas económicas cuantiosas”, agregó.


Morales Núñez dijo que en el suelo hay todo un ecosistema que se tiene que mirar con detenimiento antes de comenzar a cultivar.


“Hay cinco grupos de microorganismos: bacterias, actinomicetos, hongos, algas y protozoarios. Una comunidad que interactúa en ese medio que es su vida y que literalmente, entrega dispuesto el abono para las plantas”, agregó.

Mucha vida

Para el investigador, hay una vida infinitesimal que permite que existan bacterias encargadas de la degradación, lombrices que abonan y abren cavernas para la oxigenación, hongos que forman alianzas con las plantas para fijar nitrógeno y bacterias, algas, y micorrizas aliadas de las raíces para ser más eficientes en la alimentación, microorganismos, entre muchas más.


“Es una mezcla de materias orgánicas e inorgánicas en el que habitan macroorganismos y microorganismos que son los encargados, literalmente, de tenerle el suelo en óptimas condiciones a la planta”, agregó.


Por destruirlo y no cuidarlo la producción será inversamente proporcional en cualquier cultivo.


Y es el hombre el que más lo ha acabado y destruido, y ahora, para rematar, le salió un nuevo enemigo: el cambio climático.


Botar el dinero
La primera acción que debe efectuar un agricultor antes de sembrar la primera planta de un cultivo comercial es efectuar un análisis para saber las condiciones físicas, químicas y biológicas del suelo.

“Por ejemplo, hoy un bulto de abono químico vale cerca de $100 mil pesos; y si el suelo no está estable en todos sus componentes es como botar la plata al aire, pues no está en capacidad de sintetizar cada uno de sus componentes; es decir, el suelo no toma el 100% del abono suministrado”, agregó.

Luego del análisis se debe entrar a corregir sus deficiencias. Por ejemplo, hay una gran mayoría de suelos ácidos que deben encalarse y luego proporcionar enmiendas para darle capa orgánica, ya sea a través de la incorporación de pollinaza, gallinaza, lombrinaza o material biodegradable.


Estima que la labranza mínima ayuda al mejoramiento del suelo y a su recuperación. “Hay que velar por la capa orgánica; es ahí donde está la esencia”, agregó Morales Núñez.


Los colores
El color del suelo es como una cédula de su calidad.
Los más oscuros contienen buena cantidad de humus y nutrientes, como nitrógeno, fósforo y potasio, entre otros.
Los rojizos son en buena medida fértiles y secos; además, con altos contenidos de hierro.
Los amarillos son poco fértiles y de alta acidez.

Los grises tienen deficiencias de hierro, oxígeno y sales alcalinas.

Credito
MARCO A. RODRÍGUEZ PEÑA

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