En Ibagué también hay casos Otálora

La periodista Olga Lucía Garzón Roa narra la experiencia y el acoso que llegó a sufrir en el desarrollo de su carrera profesional en Ibagué.

Estudié seis semestres en la facultad de Comunicación Social de la Universidad de la Sabana, de Bogotá, y me gradué después como tecnóloga en Periodismo de Los Libertadores. Había crecido en Ibagué, una ciudad pequeña y poco desarrollada. Hija de padres conservadores, con principios cristianos que me formaron con un estilo de vida lejos de las costumbres mundanas. Mi primer novio lo tuve a los 19 años. Mi relación con él no pasó de inocentes besos y agarraditas de mano.

En 1996, comencé la lucha por encontrar un empleo en mi profesión. Después de recorrer periódicos y emisoras por varios meses, llegué a una casa radial, donde me entrevistó el director de noticias, (G. R). No tuve que presentar pruebas de suficiencia, ni demostrar habilidades como redactora. Al día siguiente estaba trabajando.

Me fueron asignadas responsabilidades. Mi salario no era alto, pero para mí, lo importante era comenzar. Mi jefe me ofreció su amistad y prometió ayudarme a alcanzar muchas metas en mi profesión. En medio de mi ingenuidad, imaginé que quien me brindaba apoyo era un buen hombre que la vida había puesto en mi camino.

El trato de él era especial: Se esmeraba por hacerme sentir bien, era cordial y me instruía en mi oficio como periodista. Un día cualquiera sus verdaderas intenciones se revelaron cuando me pidió que lo acompañara a cubrir un evento cultural. Entramos a un edificio y luego a un apartamento, donde según él llegarían varias personas para observar unas pinturas. Por la confianza que había ganado de mi parte, entré y me senté a esperar. Cuando advertí que pasaba el tiempo y nadie se acercaba lo interrogué, y cuál fue mi sorpresa: comenzó a tener actitudes excesivamente afectuosas y me confesó que quería estar en la intimidad conmigo. Cruzamos palabras, discutimos y salí del apartamento. Era sábado.

El lunes siguiente, cuando se percató de que definitivamente yo no iba a acceder a sus caprichos, su trato hacia mí cambió: comenzó a humillarme delante de los demás empleados, a reclamarme por cada cosa que hacía, me llamaba mediocre y finalmente me echó. Vi tiempo después a este personaje como congresista, y ahora sé que dicta conferencias alrededor de Colombia.

Meses después, conseguí otro empleo, esta vez en una oficina de exportación de café como secretaria de tres socios, mientras me ubicaba como periodista. Uno de ellos era un señor serio y amable, el otro antipático y el último, un barbado millonario, quien desde el primer día me miró con morbo. Se daba cuenta cuando me quedaba sola porque cuando esto sucedía llegaba, me abrazaba a la fuerza, me hacía propuestas sexuales frías y directas, me ofrecía cambiar mi estatus de vida, regalarme ropa y darme todo lo que quisiera.

Pero también se le facilitaba cuando estaban todos, incluso su esposa, pues mi oficina se dividía por dos paredes. La situación duró seis meses. Yo creía que podía controlar la situación. Un mediodía en que me alistaba para salir a almorzar, me pidió que le trajera un café, pues la encargada se había ido. Aunque no era mi obligación, fui hasta la cocina que era tan pequeña que apenas cabíamos la estufa y yo. De un momento a otro entró, cerró la puerta, y por lo limitado del lugar quedamos casi pegados. En voz baja, comenzó a decirme palabras soeces, a besarme y subirme la mano por arriba de la falda. Como pude, tomé la cafetera caliente y lo amenacé con regársela.

Ante mi rechazo, salió del lugar lanzando improperios en mi contra, manifestando que era irrespetuosa y lo había amenazado sin razón. Le pidió a su socio que me liquidara. Traté de defenderme, pero éste no hizo nada en contra del barbado. Por su puesto, me echaron del trabajo. Creo que nadie me creyó.

Poco después regresé a Ibagué, pues haría un reemplazo en radio y luego comenzaría a trabajar en EL NUEVO DÍA, como redactora local. Allí estuve cerca de dos años, hasta que llena de expectativas renuncié, cuando un respetado y prestigioso periodista me llamó a laborar en su casa radial.

Por parte del respetado y prestigioso periodista también sufrí acoso sexual. No había pasado un mes cuando comenzó a pretenderme, a mirarme con morbo, a perseguirme, a acercarse y dejar sentir cerca de mí su respiración y aliento de café, a ofrecerme viajes y hoteles lujosos. Tenía mucha angustia porque no quería aguantar, pero para mí era doloroso quedarme sin empleo. No obstante, pudo más mi ya ganada experiencia, que me había llenado de valor y dignidad. Sólo pasó un mes y le presenté renuncia. Descaradamente reconoció su error, me rogó que me quedara y prometió no volver a faltarme al respeto, aunque todo fue una trampa para ejercer su venganza. Al seguir en el trabajo, el respetado periodista comenzó a desprestigiar mi trabajo delante de los demás, y finalmente se dio el lujo de echarme, bajo el argumento de que mi labor era insuficiente.

Hoy en día, el respetado y prestigioso periodista sigue siendo tan respetado y tan prestigioso, pero estoy segura de que sobre él, otras mujeres podrían contar dolorosas historias. Aclaro que no doy identidades porque han pasado muchos años, nunca denuncié y a estas alturas, no es pertinente enlodar sus nombres, más cuando tienen familias que tal vez sepan o no sepan de sus fechorías y la intimidación que ejercieron, o quién sabe si aún ejercen contra las mujeres.

Mi mensaje es para que cualquier persona (hombre o mujer) que padezca esta situación denuncie. Hoy existen leyes que penalizan estos actos. Desde 2006 la Ley 1010 dividió el acoso laboral en varios puntos: Maltrato laboral: “…Expresiones verbales injuriosas o ultrajantes que afecten la integridad moral, el derecho a la intimidad y el buen nombre del afectado o comportamientos que busquen menoscabar la autoestima y dignidad del sujeto afectado”. (Art. 2) Persecución laboral: “Toda conducta cuyas características de reiteración o evidente arbitrariedad permitan inferir el propósito de inducir la renuncia del empleado o trabajador, mediante la descalificación, la carga excesiva de trabajo y cambios permanentes de horario que puedan producir desmotivación laboral”.

Desde ese año se comenzaron a incrementar las investigaciones a cargo del Ministerio del Trabajo, y hasta julio de 2012 se abrieron 4.849 investigaciones, muchas de ellas por persecución sexual. Ante el desbordado incremento de quejas solo por acoso sexual, mediante el artículo 29 de la Ley 1257 de 4 de diciembre de 2008, se tipificó como delito en Colombia la conducta de acoso sexual, incluida dentro del Título IV, art. 210, Capítulo Segundo del Código Penal, como un acto sexual abusivo, que consiste en: “El que en beneficio suyo o de un tercero y valiéndose de su superioridad manifiesta o relaciones de autoridad o de poder, edad, sexo, posición laboral, social, familiar o económica, acose, persiga, hostigue o asedie física o verbalmente, con fines sexuales no consentidos, a otra persona, incurrirá en prisión de uno (1) a tres (3) años”.

La gente está acudiendo a la Fiscalía General, donde se registran actualmente 3.744 denuncias en el primer semestre de 2015. El año anterior se presentaron en total 5.277. El mayor número de casos se denuncia en Bogotá, (981); seguido de Medellín, (821); Cali, (716); Barranquilla, (595); Cundinamarca, (505) e Ibagué (455).

Para terminar, una anécdota

Recién comencé en Ibagué, conocí a otro periodista, no muy respetado ni prestigioso pero a quien aún veo por ahí y a quien todos llaman por su diminutivo, quien se ofreció a ayudarme para arreglarme la voz.

Consideraba él que ésta era excesivamente suave para radio. Estaba yo en otra cadena radial haciendo un reemplazo (antes de EL NUEVO DÍA).

Este personaje me dijo que él tenía la fórmula: La mujer que tenía relaciones sexuales con él, al otro día se levantaba hablando fuerte. Por supuesto mi ingenuidad de la época no llegó a tanto. No le creí y no volví a tratarlo. Aunque parezca increíble, es real. Me sucedió a mí.

Credito
ESPECIAL PARA EL NUEVO DÍA

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