Navegando el Magdalena a bordo de 350 botellas

ÉDGAR PERNNET - EL NUEVO DÍA
Tres jóvenes de la provincia de Vélez decidieron un día renunciar a sus trabajos, alejarse un poco de su familia y endeudarse, con el fin de construir una embarcación de botellas plásticas para recorrer el río Magdalena. Esta es la historia de la travesía.

El pasado 22 de abril, cerca de la 1 de la tarde, mientras todo el mundo aplaudía en el puerto de Honda, Tolima, porque el bote ecológico Ecodinamic acababa de partir de allí para iniciar el recorrido de más de mil kilómetros por el Río Grande de la Magdalena, los tres hombres a bordo se miraban las caras con algo de angustia.

Tenían sobrepeso y la pequeña embarcación empezó a balancearse. Además de los víveres, ropa y equipo de seguridad, llevaban cámaras y drones y entonces se dieron cuenta de que era demasiada carga. La única opción (devolverse no era una porque ya estaban varios kilómetros adentro del río) era equilibrar el peso en la parte de adelante y eso significaba sacrificar los pedales.

Entonces, las primeras siete horas de travesía, desde Honda hasta La Dorada, Caldas, tuvieron que remar y no pedalear como estaba previsto; sin embargo, eso era solo el inicio de las muchas situaciones que tuvieron que sortear para permanecer con vida durante su paso por cerca de 50 municipios conectados por el Magdalena.

 

Aprender a leer el río

Si para Daniel Cepeda, Yesid Rodríguez y Andrés Barón, enfermero, ingeniero de telecomunicaciones y administrador de empresas, respectivamente, no les fue difícil hacer un bote con 350 botellas de plástico, sistema de pedales y energía solar, sin tener ni poquito conocimiento sobre cómo hacerlo ni ayuda económica de públicos o privados por más puertas que tocaron, tampoco lo sería estar en medio de un río a punto de ser chocados por un ferry, ni tratar de pilotar el bote en medio de olas, ni luchar contra una mapaná hambrienta.

O por lo menos eso fue lo que pensaron una vez el río les empezó a mostrar que la cosa no era tan fácil y cómoda como pensaban y que los constantes “locos”, “irresponsables” y “pierdetiempo” que recibieron de algunos familiares y conocidos mientras construían el barco no eran adjetivos tan desfasados para nombrar su aventura.

-“Ya no había marcha atrás y si tanto habíamos arriesgado y hasta perdido para estar un día montados en el bote y adentrarnos en el Magdalena, ya lo que quedaba era seguir. Más perdedores si después de endeudarnos y perder nuestros trabajos, nos dejábamos vencer del agua”, menciona Andrés, quien a pesar de perder su hogar debido a la idea de la embarcación ecológica, nunca desistió.

Y ahí estaban, en medio del Río Grande del Magdalena, después de más de tres meses de investigar, dos de prueba y error y cuatro de construcción, con sobrepeso que les impedía dar pedal pero con toda la energía para remar.

Pasadas las primeras tres horas de remo, lejos de cualquier municipio, llegó la primera encallada.

Después de 30 minutos intentando salir de los cayos de rocas y palos sin que la embarcación se dañara, lo lograron.

Tras casi siete horas de recorrido y muy cerca de llegar al puerto de La Dorada, los pescadores de la zona empezaron a gritar.

Acababan de lanzar un trasmallo (artículo de pesca formado por tres redes y que atraviesa casi todo el río de lado a lado) y pensaron que el bote tenía motor y podían esquivarlo. La red se enredó en las botellas e hizo que perdieran el control y se fueran hacia un remolino que se estaba formando por la corriente.

-“Ahí pensé que todo se había acabado. Si caíamos al remolino no solo se dañaba el bote sino que también podíamos quedar ahí nosotros. No sé cómo lo logramos, pero lo que sí sé es que quedamos sin brazos de tanto remar”, relata Yesid.

Una vez en La Dorada, primera parada en tierra, prescindieron de algunas cosas de seguridad y víveres y Andrés se fue por tierra con el fin de gestionar la logística en los lugares a los que llegarían.

Con los pedales disponibles y un poco más de conocimiento sobre el comportamiento del río y la vida ribereña, Daniel y Yesid continuaron la travesía.

Pasaron por Puerto Triunfo, Puerto Boyacá, Puerto Berrío, San Pablo, Puerto Wilches, San Rafael de Chucurí, Barrancabermeja, Magangué, Plato, Mompox y muchos municipios más, pero los primeros lugares que se les vienen a la cabeza son aquellos en los que tuvieron que ver y sentir el peligro de frente.

 

La furia de la naturaleza

Casi llegando a Puerto Berrío se encontraron con otro remolino. Antes de chocar contra una pared natural y después de pedalear hasta el cansancio, unos pescadores que aparecieron los arrastraron con un bote de motor.

Se encallaron un par de veces más en medio de la nada y cerca a San Pablo, justo donde desemboca el río Cimitarra, el agua iba con tanta furia después de varios días de lluvia que dañó la propela y el sistema de pedal.

- “Ya te empieza también el cansancio, pasar de tormentas a calor intenso, de pedal a remo, de agua tranquila a olas grandes, en la mitad del trayecto ya empieza una lucha con nosotros mismos y no con el agua”, menciona Daniel.

Agrega que también empezaron a ver afectaciones en su salud, alergias, nacidos, fiebres y problemas estomacales que iban y venían sobre todo después de largas jornadas de navegación, algunas de más de 16 horas.

Una noche, mientras iban de Magangué a Plato vieron un ferry a lo lejos y le hicieron señales de luz. La embarcación puso una luz roja, como de alerta, pero ellos creyeron que era algo normal. El ferry hizo un desvío y pasó a menos de un metro de ellos provocando grandes olas que por poco voltean el bote.

- “El capitán del ferry nos gritaba algo y nosotros nos despedíamos con la mano y sonreíamos. Cuando ya vimos el barco casi que nos espichaba, nos dimos cuenta que lo que nos decía era que nos cogiéramos duro”, recuerda Yesid.

Faltando poco para arribar al puerto de Barranquilla, después de una tormenta que provocó mucho oleaje y que los obligó a forcejear por más de tres horas para que el bote no se volteara, una serpiente Mapaná de más de metro y medio se subió y los empezó a atacar.

Mientras intentaban defenderse con los remos, perdieron el equilibrio de la embarcación y se volcaron. Todo cayó al agua: cámaras, celulares, dinero, ropa, comida.

El pasado domingo 3 de junio llegaron a Barranquilla, la última parada. Quemados por el sol, hambrientos, algo enfermos, con la misma ropa de varios días, sin nada en los bolsillos, pero con la satisfacción del deber cumplido y muchas cosas qué contar, compartir y reflexionar sobre el río y la vida a orillas de la principal arteria fluvial del país.

 

La vida ribereña

Los tres santandereanos que lideraron la iniciativa aseguran que es mucho lo que hay que hacer respecto al río y la vida a su alrededor.

Comentan que más allá de sus anécdotas, el avistamiento de aves y la fauna y flora silvestre que encontraron en el camino, lo más importante es mostrar el abandono del Estado frente al Río Magdalena y frente a las iniciativas ambientales como la que ellos emprendieron.

Según ellos, las condiciones del río son precarias, hay mucha contaminación y la gente que vive alrededor no tiene conciencia ambiental porque no tiene más alternativas. No tienen agua potable, por lo tanto consumen la del río, a donde van a parar también los desechos.

 

Dato

Los aventureros realizarán un documental que se presentará en el Festival de Cine Verde de Barichara.

 

Cifra

42 días duró la travesía  por el río Magdalena, a bordo del bote ecológico.

Credito
IRINA YUSSEFF MUJICA

Comentarios