A robar, ¡pero en grande!

Esta conclusión parece ser el colofón de lo que está ocurriendo en el país.

Los casos vistos no asombran, pero sí preocupan. La señora que encabeza la banda que defraudó la DIAN en varios billones de pesos se presentó a audiencia sin aceptar cargos. Al día siguiente cambió de abogado y, esta vez, aceptó toda la culpa, se allanó a los cargos, como dicen los juristas. Esta contradicción tendría una explicación: reconocer la culpa le disminuye la pena hasta en un 50 por ciento. Ejemplo, si la sanción penal por un delito contra el Estado es de 10 años, al allanarse a cargos la pena sería de cinco. Si a esto le suma colaboración con la justicia, entendida como denunciar algún cómplice menor y entregar algunas propiedades, además, si estudia en la cárcel, siembra maticas, ayuda al aseo y demuestra buena conducta o, por decir algo, da clases de ética, comportamiento y buenas maneras, pues la pena se reduce aún más. Al final, después de los recortes, podría obtener detención domiciliaria. En otras palabras, robó al Estado, negoció con el Estado, pagó una pena mínima y salió libre, pero ¡muy rica! Para que estas maromas funcionen se necesita un buen abogado, bien conectado, que conozca los intríngulis de la justicia. Es decir, le costará caro la defensa. Lo cual, para ella, sería un asunto menor, porque terminará saldando sus cuentas con el Estado, sin deudas con la justicia, pero con una chequera vigorosa y robusta. Y si en la cárcel se vinculó a alguna iglesia, saldrá a predicar la salvación eterna, claro que con el respaldo de una platica ya limpia y además purificada… El mensaje sería doble. Primero, que robar al Estado vale la pena. Y segundo, que lo que hay que robar es en grande, a manos llenas, para que sobre suficiente después de pagar las deudas con la justicia. Todos los días se escucha en los medios de comunicación los informes de personas que salen libres luego de purgar dos o tres años en los casinos de la Policía o del Ejército, o en casas fiscales, porque amparadas en sus cargos en el Estado se robaron el erario y ahora disfrutarán, sin reparos, de lo que obtuvieron ilegalmente. Cualquier joven tendrá toda la autorización para pensar que ser honrado es una estupidez, que cumplir con la ley es ser un gil y que lo importante es aprovechar las oportunidades. Y qué mejor oportunidad que embolsillarse los dineros de todos, con el respaldo del mismo Estado. La gran mayoría de colombianos son católicos. Ser católico es creer en Jesucristo como hijo de Dios; ser bautizado, que es el rito que los hace cristianos; creer en la Biblia; en la santísima Trinidad y cumplir los Diez mandamientos. El séptimo mandamiento reza no robar. En este país hay gente que roba a nombre de Dios. Se echan la bendición para que les vaya bien en “el negocio”. Tienen una Biblia sobre la que juran que no se delatarán ni incumplirán los pactos en los que roban al Estado o al prójimo. Consumado el robo dan gracias a Dios por los favores recibidos, ofreciendo misas o dando limosnas. La honradez es una convicción de vida. La corrupción no se combate, simplemente, con leyes, discursos u homilías…

Credito
AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA

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