Jugando a la guerra

Una discusión me dio pie para reflexionar sobre el tema de algunos pasatiempos actuales.

Estoy convencido que la vida hay que protegerla sobre cualquier cosa. Para mí nada, por sublime que parezca, justifica atentar contra ella. Defender la vida es un compromiso con lo sagrado y con lo más preciado de la sociedad. Quizás por eso me formé como médico. Es posible que eso mueva mi amor por la educación y el periodismo.

Hay estudios calificados que comprueban que el uso de juguetes bélicos favorece el aprendizaje de conductas violentas en los jóvenes. Igual ocurre con los vídeo juegos, que en su mayoría utilizan la violencia, lo más real posible, como incentivo para atrapar jugadores. Los seres humanos no nacen violentos. La violencia se aprende y este tipo de juegos ayuda a construir conductas y mentalidades violentas.

Existe un entretenimiento que consiste en jugar a matar a los contrincantes. Los jugadores reciben armas que deben disparar para señalar con pintura el cuerpo de sus opositores cuando aciertan sus disparos. Paintball se denomina el juego. Los practicantes argumentan que mejora condiciones físicas y psíquicas además de prevenir la obesidad. También que descarga mucha adrenalina y da sensaciones muy cercanas a un enfrentamiento bélico.

¿Qué será lo que sucede con nuestros jóvenes que necesitan diversiones extremas para gastar su adrenalina? Los adultos aprendimos a gastar adrenalina buscando afanosamente trabajo, laborando muy duro para ganar el sustento para nuestros hijos y familia, haciendo malabares para hacer empresa o generar proyectos.

La tensión extrema la sentimos cuando presentábamos entrevistas laborales, cuando presentábamos informes laborales o nos hacían evaluaciones en nuestros trabajos.

Además, cuando se accidentaba algún miembro de la familia, cuando había que pagar obligaciones bancarias y no teníamos con qué sufragarlas, cuando llegaban las cuentas de las matrículas de los colegios o, peor, de las universidades de nuestros hijos. Mucha adrenalina se gastó estirando un sueldo siempre escaso para cubrir las múltiples necesidades del hogar, y con el pánico que produce la amenaza de muerte de un hijo afectado por un ataque de asma, fiebre o convulsión a la madrugada y los bolsillos limpios.

Para mí la guerra no es un juego. Matar no es una diversión. Jugar a asesinar a alguien, por la necesidad de sentir el pulso acelerado, la tensión en el pecho y los músculos que da el vertimiento de cargas de adrenalina en la sangre, es, por lo menos, indigno. Muchos soldados que han estado en la guerra, han salido lisiados psicológicamente por el pavor que causa sentir la muerte al asecho constante.

Creo que hay que reivindicar la vida, su respeto supremo y la alegría de disfrutar del mayor bien de la existencia: ser joven. Querer matar a otro, así sea en juego debe marcar el alma y dejar secuelas en el espíritu que tarde o temprano pueden aflorar. El respeto por el otro pasa por la clase de pasatiempos que usamos. En una época tan violenta como la que vivimos, recordar el imperativo de amar al prójimo, es un canto a la vida, a la convivencia y a la esperanza.

Credito
AGUSTIN ANGARITA LEZAMA

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