Pura fachada

El pionero de los asesores de imagen, con todo el pertrecho de astucia, desinformación, engaño, propaganda negra y guerra sucia como arma política, quizá fue el célebre consejero de los príncipes del Renacimiento, Nicolás Maquiavelo.

Tipo perceptivo, conocedor de lo manipulable que era el pueblo, le soplaba al oído esta frasecita a sus nobles protectores “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.

Parece que desde entonces -¿ó fue desde el jardín de las delicias?-, el carácter de los humanos se falseó y nació el ingenioso hábito de simular lo que no somos. La verdad suplantada por la imagen. Cada ser maneja cinco personalidades distintas, por eso, trova un cantor, el planeta tiene siete mil millones de habitantes y 35 mil millones de comediantes. ¡Y qué fabuloso negocio se deriva del aparentar!

Se estima que el 73.9 por ciento de las acciones humanas, y el 68.1 por ciento de todo el dinero que se gasta en el mundo, tiene como motivaciones: impresionar y sacar partido de los demás fingiendo virtudes y fortalezas que no tenemos; encubrir nuestras flaquezas; menoscabar a otros; y, buscar oportunidades de obtener más dinero para seguir haciendo lo mismo, hasta el Apocalipsis.

Impresa en los genes, esta fatua inclinación del hombre de camuflar sus debilidades genera miles de actitudes inofensivas, avivan el ego y rejuvenecen la confianza de los ilusos: una sutil guayabera que ‘suaviza’ una circunferencia abdominal de 120 centímetros; una cabellera sin canas ó un bigote negrísimos, ¡en miembros de la edad dorada!, que les permite pasar al lado de apuestos mancebos ó deseables féminas.

Pero otras vanidosas y seductoras mentiras no son tan inocuas: la apetencia de golosos machistas que exigen siliconas a sus damas como si los implantes fueran un dispensador de lácteos; y las ‘embellecedoras’, costosas e innecesarias cirugías que el marketing vende como algo indispensable para conquistar pareja o ser felices.

Pero en dónde el enunciado de Maquiavelo -aparentar para engañar-, ha causado más perversos estragos por la forma como se utiliza, es en el quehacer político. Tantos dirigentes urden tan sofisticadas estrategias para disfrazar sus malsanas intenciones, dicen tanta mentira con apariencia de verdad, fingen tanta preocupación por los electores que usan y desechan, que generan desesperanza social y, con su pillaje, causan más víctimas qué cualquier pandemia.

Al final de su vida, Maquiavelo reconoció su extravío: “Yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla”. Parece la disección semántica de un discurso politiquero tercermundista. En estas épocas de farsa, un diálogo verosímil sería: El Honorable seductor saluda a la vivaracha dama, ‘Hola, tengo 55 años, soy político y soy honesto’. Ella, coqueta, respondería: ‘Hola, tengo 30 años, soy prostituta y soy virgen.’

Credito
POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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