Dos bellas obras

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Cuando Gabriel García Márquez publicó su última novela “Memoria de mis putas tristes”, se le vinieron encima algunos círculos literarios porque, según ellos, este pequeño libro era una obra menor respecto a monumentos como “Cien años de soledad” o “El amor en los tiempos del cólera”.

Sin embargo, si uno la lee sin pretensiones de estudioso descubre que es una maravillosa obra de filigrana, donde todo encaja, desde el lenguaje hasta la estructura en la que se sostiene, desde la presencia de la música hasta el ambiente caribeño, presente en cada una de sus páginas. En suma, una obra maestra.

Pienso que cada obra de un autor es un universo en sí misma, parte del universo general de su literatura, y como tal ha de leerse. Quiero decir, para un lector común y corriente como yo, aunque traten de rebelársele las comparaciones, debe tener la fortaleza de individualizar el goce y el entendimiento en su lectura. De lo contrario se vuelve tan aburrida como el discurso de un crítico. Y no es eso lo que se le desea a un lector.

Ahora que está de moda la más reciente novela de Milan Kundera “La fiesta de la insignificancia”, me parece que muchos rondan similar análisis. Algunos opinan que es una obra menor respecto a “La insoportable levedad del ser”, por ejemplo, o “El libro de los amores ridículos”, con los que se posicionó en el mundo de las letras.

Pero esta breve novela, de 138 páginas y letra grande ¿adorable para los cegatones como yo?, es un universo completo, con un tema intrascendente por lo insignificante, pero escrito con humor, sapiencia y fluidez.

Ramón lleva la voz de los cuatro pensionados que se encuentran en el Jardín du Luxembourg, en París, luego asisten a una fiesta en el apartamento de D’Ardelo y ahí confluyen los otros, Alain y Charles, cuyas vidas a retazos han ido conformando la historia.

La insignificancia es, precisamente, la presencia de hechos en apariencia intrascendentes que hacen parte de la vida de cada uno, hechos que bien ocultan a los otros o delinean el comportamiento de cada uno.

No pasa nada, en realidad, pero Kundera se vale de la pantomima, del teatro, para hacer una crítica al comunismo, al capitalismo, a lo insulso de la vida contemporánea y a la intrascendencia de lo que cada uno hace creyéndose eje del mundo.

La obra está constituida por capítulos y cada uno de ellos por secciones muy breves, lo que facilita la lectura, aunque llaman la atención del lector para que siga de cerca cada uno de esos apartes sobre los cuales se soportan varios planos narrativos.

Como la de Gabriel García Márquez, una obra “menor”, pero una obra maestra.

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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