El derecho a morir

George Wallis

El pasado viernes, Ovidio González se convirtió en el primer colombiano en recibir una eutanasia legal. El caso conmovió incluso a quienes rechazan la eutanasia por razones religiosas, como la columnista de EL TIEMPO Salud Hernández Mora. Hasta ella respetó el derecho a morir dignamente del señor González y de todos aquellos en su misma situación.

Ovidio estaba sufriendo intensamente y se sentía preparado para dejar este mundo; pero el establecimiento y algunas personas consideraban que debía, a semejanza de Cristo, aguantar su calvario y tormento vital ineludible hasta que su propio organismo detuviera los latidos de su corazón.

Precisamente una semana antes, el 27 de junio pasado, la revista The Economist se refirió al tema de la eutanasia, desde la perspectiva europea y mencionó a Colombia como uno de los pocos países del mundo donde este procedimiento está autorizado por ley.

El artículo resalta cuan fácil es olvidar que hasta hace no mucho tiempo, en 1978, el adulterio era un crimen en España; en otro continente, en los EE.UU., donde se autorizó muy recientemente el matrimonio gay en toda la nación, la última ley contra la sodomía fue derogada hace apenas doce años.

Sin embargo, aunque la mayoría de gobiernos occidentales ya no cuestionan la autonomía de los adultos en sus preferencias sexuales, todavía quieren intervenir en la voluntad de las personas de decidir su propia vida o muerte.

Los argumentos de los opositores a la eutanasia son respetables: contribuir a la muerte es moralmente inaceptable, dicen, porque la vida es sagrada y soportar el sufrimiento representa una invaluable dignidad. Pero, al respecto, una de las personas más admiradas por su voluntad de vivir a pesar de su deplorable condición física, el científico Stephen Hawking, ha dicho que mantener a alguien vivo contra su voluntad es la “mayor indignidad”.

Quienes piensan como Hawking dicen que la legalización de la eutanasia ha sido un paso valiente, socialmente conveniente además para una sociedad que no tiene recursos ilimitados para mantener con costosos cuidados paliativos vidas que ya han cumplido su ciclo vital de nacer, crecer y reproducirse... mientras tanto, jóvenes que desean vivir, no encuentran en la sociedad suficientes recursos para su tratamiento.

La cuestión ética más difícil de resolver en este tema parece decidir el derecho de morir de aquellos que viven en infiernos de depresión. La sociedad no hubiera permitido que Robin Williams pida una eutanasia. Pero, sobre este punto, EL TIEMPO de este domingo publicó la noticia de una mujer belga de 24 años víctima de depresión crónica, cuya eutanasia ya fue autorizada.

Ah, la vida tan llena de inevitables dilemas morales y nadie tiene la verdad revelada, aunque algunos dicen que su verdad es la de Dios.

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