Lo maravilloso e irrepetible

Benhur Sánchez Suárez

La obra de Manuel Hernández es maravillosa e irrepetible. La manera como el Banco de la República presenta una muestra de su obra en la sala de exposiciones del segundo piso de su sede en Ibagué, es espectacular.

Un espectador desprevenido hará un recorrido de su obra desde sus inicios hasta sus últimas búsquedas, en esta muestra que contiene su gráfica y su dibujo en formato pequeño, y le quedará claro que el artista no recrea historias ni establece ningún referente con la naturaleza sino que elabora atmósferas en las cuales surge su simbología geométrica con tanta fuerza que, sin que nadie se lo explique, entenderá su intención abstracta.

Tal es la manera como se ha organizado esta muestra, perteneciente a la pinacoteca de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, que uno va de la mano de una evolución evidente en cada paso hacia la consecución de ese lenguaje tan personal que caracteriza la obra de Manuel Hernández.

El lenguaje del maestro es muy particular, no se repite en ningún otro artista nacional de los que practican el ejercicio de la geometría exacta, fría, matemática, ya sea en conjunto de líneas y planos de colores, como Fanny Sanín, por ejemplo, o en el constructivismo siempre renovador de un Eduardo Ramírez Villamizar.

Por el contrario en Hernández es un geometrismo gestual, casi libre y espontáneo, donde se torna importantísima la atmósfera que remite al paisaje tropical aunque nunca lo retrate ni constituya parte central de su obra.

Es el color, su explosión más exacta, el que le confiere esa anécdota perdida de un territorio que ya no existe o se extingue en la voracidad del hombre contemporáneo.

Así que encontrar esta obra de Manuel Hernández en Ibagué es un goce y una experiencia reconfortante, la que no debieran perderse los ibaguereños, sobre todo porque él representa mucho de lo que ha sido la plástica tolimense del siglo XX al haber estado vinculado a la siempre lamentada Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Tolima, cerrada en el momento de su esplendor.

Mucho se ha dicho de esa marca característica que se mueve en los espacios de la obra del artista, de ese signo en que habita el movimiento y el color, esos óvalos atravesados por rectángulos transversales, pero sólo es a través de la confrontación personal con la obra como se efectúa el acto maravilloso de captar el lenguaje, de entender por qué el arte nos renueva la esperanza de volver a sentirnos seres humanos, conscientes de nuestra propia finitud.

Con esta exposición del Banco de la República, por lo general didáctico en sus realizaciones culturales, nos demuestra que siempre debemos aspirar a tener en la ciudad lo mejor del arte contemporáneo.

Comentarios