Pido la palabra: Urbanidad de infantes

Desde hace cinco días tengo la fortuna de ser padre por primera vez, lo cual me ha dado una de las mayores satisfacciones que todo hombre puede tener: ¡estrenar su cámara de video!

Mi unigénita se llama Sara Lucía y su llegada arrastró consigo la inquieta presencia de parientes, amigos y extraños que se creen con derecho de visitar a la recién nacida, como si del Divino Niño se tratara, y lo peor es que no traen oro a la manera de los Reyes Magos, lo cual haría un poco más soportable su presencia y la de una recua completa de primitos gritones y espantosos que soporto gracias a que me hacen soñar despierto con crímenes y desapariciones que contribuyan solidariamente al control demográfico.

 

La llegada de Sara Lu  ha iluminado el hogar y ha sido en verdad maravillosa, pero hay cosas que son insoportables. Cuanta la visita llega insiste en lo idéntica que es la niña al papá, cuando todo varón con tres dedos de frente sabe que un recién nacido llega incluso a parecerse más a un ratón en un balde de mertiolate que a un primate.

 

En la sala de espera de la clínica, tres papás perplejos cargábamos a nuestras respectivas niñas y nos mirábamos atónitos porque todas nos parecían igualitas, pese a que sus madres comentaban lo exacta de la línea de la quijada con la de un tío abuelo de alguno y el grado de inclinación del dedo gordo del pie izquierdo que resultó muy parecido al dedo de un tatarabuelo del cual sólo tenemos una foto en la sala, pero cuya declinación de las falanges bípedas puede intuirse con claridad en la foto de la bota.

 

Lo peor de todo es que te hacen sentir imbécil, porque terminan afirmando que los hombres carecemos de esa sensibilidad que permite a las mujeres encontrar similitudes más allá de las leyes de Mendel. A Sara Lucía le encontraron un lunar bajo el ojo izquierdo que resultó ser igualito a uno que, según dicen, yo también tengo.

 

La verdad es que el lunar de ella me parece una picadura de mosquito por lo chiquito, ronchoso y rojo y mi lunar constituye todo un misterio, pues en las mañanas lo busco y no lo encuentro. Cuando a la niña se le quite la roncha, la madre procederá a gritar: “¿Si ven?, la niña es igualita al papá, a ella también se le desaparecen los lunares.  La nena tiene unos ojos que parecen una raya pequeña, pero su madre insiste en que son azules y gigantes. Sé que en el fondo lo hace para evitar que sospeche del japonés que vive en la casa de al lado.

 

La enfermera que atendió el parto era insufrible. Cuando le pregunté cómo iba todo me hizo señas de  â€œuna y media” y yo me puse pálido y caí desmayado. Cuando volví en sí, mi cuñada me explicó que la señora me estaba dando la hora de nacimiento. Ese día nacieron siete niñas y un niño, lo que llega a preocuparme porque vaticina una invasión fémina sin precedentes y si a eso le sumamos todo el discurso pseudosocialmamertodemocrático de la equidad de género, pues ahora sí nos terminamos de joder. 

Credito
RICARDO CADAVID

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