Pido la palabra: ¿Abuso en Palacio? ¡Mamola!

Resulta popular condenar al “macho” en los medios sin preguntarse nada sobre la vulnerable damisela.

Me impresiona con qué facilidad se deteriora la imagen pública de un sujeto bajo la premisa de que, tratándose de mujeres, lo hombres somos unas bestias salvajes culpables a priori, y la mujer, desde luego, un sujeto dulce, desprovisto de apetitos, de una inocencia similar a la de un bebé de brazos e incapaz de toda maldad.

sé que el tema de esta columna tocará las fibras de muchos y muchas (para que no digan que nos falta perspectiva de género en el lenguaje), pero igualmente lo trataré porque siento que debe hablarse del tema, o nos jodimos: Ni todo lo que hacen y dicen los machos es malo, ni todo lo que dicen y hacen las féminas es bueno. La calidad de bondad y de maldad no es inherente a un género.

El señor Ernesto Concha, del Programa Presidencial de los Derechos Humanos, ha sido acusado de abuso sexual por una tierna infanta de 28 años que no pudo soportar más las coacciones que tienen lugar en distintos moteles desde 2010. ¿Acaso somos estúpidos? ¿La perspectiva de género nos ablandó el macho y nos quedamos callados? ¿Los derechos afirmativos para reivindicar lo femenino nos arrodillaron porque sospechar de la inocencia de la mujer nos convierte en un macho chauvinista retrógrado? Cuando yo era mochilero pelilargo y me hospedaba en albergues en España, la palabra “joven”  tenía como límite los 25 años. La “joven” Lina Castro tiene 28 años, una mujer hecha y derecha, con capacidad de decisión y discernimiento. No es una niña a la que le hayan ofrecido una colombina a la salida del colegio.


Desconozco el caso, pero tal y como lo han tratado los medios, la señorita en cuestión lleva siendo “abusada” en más de una ocasión en hoteles desde el 2010. No hace falta ser abogado para saber que lo narrado no tipifica dentro de lo que legalmente se considera “abuso”. La señorita, además de tener 28 años y llevar más de uno acostándose con el acusado, debe ser profesional, probablemente con una maestría, seguramente de una respetable universidad y el salario en juego no debe ser inferior a seis o siete millones de pesos. ¡Me dan unas ganas de llorar cuando pienso en sus condiciones de vulnerabilidad!

La niña desconsolada asegura que esta denuncia la pone porque no soportaba que el sujeto la presionara para pedirle sexo oral. ¿Entonces qué llevaban haciendo durante un año en los moteles? ¿Cortándose el pelo por capas? Aceptar sexo a cambio de un contrato, ¿es abuso o es prostitución? Hacer un escándalo en los medios, ¿es producto de un repentino deseo de luchar por la dignidad femenina o es un chantaje, o una agresión? La línea resulta tan difusa y los hombres y mujeres que pudiesen referirse al caso, tan silenciosos o sus opiniones tan populistas como las de un político en campaña. Resulta popular condenar al “macho” en los medios sin preguntarse nada sobre la vulnerable damisela.

Para las y los adalides de la inocencia femenina, les recomiendo leer las investigaciones de Crick y Grotpeter (Relational aggression, gender, and social-psychological adjustment, en Child Development, 66, 710-722). La agresión propia de la mujer es relacional y no física: el capital relacional son su objetivo. Desde niñas tienen una asombrosa capacidad de mapear las relaciones sociales de su víctima y proceden algo así como: “Dile a Juanita que le diga a Martha que si habla con Pedrito ya no es mi amiga”. Las estadísticas de crímenes en USA (Women offenders: Bureau of justice estatistics of the United States) muestra una interesante diferencia de género: si el agresor es hombre, generalmente no conoce a la víctima (alguien lo miró mal en una discoteca y en consecuencia lo golpeó). Si el agresor es mujer, generalmente conoce a su víctima, es alguien cercano a quien se puede destruir relacionalmente (por ejemplo, una amiga que se fue con su novio, una cuñada que le cae mal o porque no pensarlo, un jefe con el que lleva acostándose más de un año).

Credito
RICARDO CADAVID

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