Pido la palabra: Lea y Raquel

Como cada año celebramos el Día Internacional de la Mujer. Las empresas alistan los mariachis y las rosas para regalar a su equipo de colaboradoras y contratan una sesuda conferencia sobre aspectos de género que las hace bostezar durante una hora.

Debe ser difícil marchitar entre las hojas de un libro la rosa entregada por un portero en la  entrada de la oficina,  sentarse a escuchar la conferencia sobre la importancia del reconocimiento de lo femenino en la praxis del lenguaje y finalmente escuchar unas estridentes trompetas mientras un barrigón bigotudo con traje de torero navideño  aúlla: “negrita de mis pesares, hojas de papel volando ayayayayai”.

Para aportar mi granito de arena al reconocimiento de esa otra mitad de la verdad constituido por el universo femenino, quiero abordar la historia del nacimiento de las  Doce Tribus de Israel, narrada en los capítulos 29 y 30  del Génesis.  Veamos: Jacob está en un pozo y ve llegar a Raquel con sus ovejas y se emociona. No era para más, Raquel era hermosa, lo que se deduce de su nombre que en hebreo significa “oveja”, y además tenía buena dote  porque en el versículo 10 se lee que vio a Raquel y a las ovejas de Laban, y se enamoró. Bonita y con plata, eso emociona a cualquiera.

Raquel le presenta su hermana Lea a Jacob,  y hay que reconocer que Jacob tuvo suerte. Los hombres cuando nos enamoramos perdidamente de una mujer, y  esta nos presenta a su hermana,  somos tan de malas que la hermana está mucho mejor y ya ni modo de echarse para atrás sin quedar como un pervertido que quiere acabar con la familia.  Este no fue el caso  porque la pobre Lea era fea como lengua mortal decir no pudo. Esto se deduce del versículo 17 en el que se afirma que “los ojos de Lea eran delicados, pero Raquel era de lindo semblante”. Haga de cuenta que en una cita a ciegas con dos hermanas a usted le toca la que tiene conjuntivitis y además gorda: Lea  que en hebreo significa “vaca” y uno no le pone a su hija cara de vaca porque si.

Para no extenderme en el asunto, Jacob es casado con engaños con la gorda fea (en sano juicio habría sido imposible) y como premio de consolación le enciman a Raquel y dos esclavas, lo cual haría menos amargo el destino de cualquier hombre. Lo que sigue es hermoso. Jacob desprecia a Lea y ama a Raquel, entonces Dios le da hijos a Lea y se los niega a Raquel. Cada hijo de Lea es un deseo de que su marido deje de menospreciarla. El primero se llamo Rubén (que significa “mira un hijo”) pues Lea exclama: “Ha mirado Jehová mi aflicción”. El segundo se llamó Simeón (que significa “escuchada”) y el texto dice: “Por cuanto oyó Jehová que era menospreciada”. El Tercero le da la esperanza y afirma “esta vez se unirá mi marido conmigo, porque le he dado a luz tres hijos” y le da por nombre Leví (que significa “juntado”).


Jacob ni estimó, ni amó, ni apreció a Lea; y como hasta las más feas se rebotan, Lea pierde la paciencia y cansada de botar la baba por su marido canta en el versículo 35: “Esta vez alabaré a Jehová; por eso llamó su nombre Judá, y dejó de dar a luz” (en hebreo Judá significa alabanza).


Toda  discriminación con la mujer basada en textos bíblicos es asunto de hombres y no de Dios. Lea deja de alabar a su marido y alaba a Dios y este le da a Judá, de quién siglos más tarde descendería David y Jesús.


De la más frágil, de la más vituperada y despreciada, de la ignorada, de la desarraigada, de la que hemos olvidado  hasta su nombre, de Lea la fea, nació el salvador del mundo: Feliz día de la Mujer.

Credito
RICARDO CADAVID

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