Orden Tropical

Hace una semana termino el Festival Internacional de la Música de Bogotá, evento que se dedicó a un maravilloso músico clásico y romántico: Beethoven. Bogotá se luce cada vez más para convertirse verdaderamente en la Capital Musical de Colombia.

Hace una semana termino el Festival Internacional de la Música de Bogotá, evento que se dedicó a un maravilloso músico clásico y romántico: Beethoven. Bogotá se luce cada vez más para convertirse verdaderamente en la Capital Musical de Colombia. 

Eso no es un motete que se le cuelga a una ciudad porque si, es una ventaja comparativa que se valida con la práctica, y muchas prácticas no son costosas, son simbólicas pero requieren de orden, liderazgo y autoridad. Daré un ejemplo.

Hace unos años en Japón se realizó también un evento que culminó (como en Bogotá), con la interpretación de la Novena Sinfonía de Beethoven. En una pequeña ciudad japonesa, Sendai, de no más de un millón de habitantes, decidieron unir 10 mil voces para cantar la sinfonía como un acto simbólico, sin los capitales que se asignan a lo público para organizar por ejemplo, el lanzamiento de un mundial en Barranquilla que nos deja como un zapato ante el mundo entero. 

Nada de eso. Un esfuerzo de una comunidad que se unió para hacer algo grandioso (el vídeo puede verse en YouTube) y cuando se me erizaron de punta todos los pelos de las uñas viendo el magno acto,  pensé en mi pobre país y en mi región. Pensé en las cosas grandiosas que se hacen con disciplina y amor, cediendo el interés personal y buscando la felicidad en el lugar común del otro. 

Me imaginé la colcha de retazos que sería tratar de hacer algo así en mi país, últimamente tan centrado en sus "derechos individuales" y no es sus deberes como ciudadanos. Me imaginé las complicaciones para organizar el acto simbólico con 10 mil ibaguereños.

Por ejemplo, un coliseo lleno donde los LGBTI querrían ir de color arcoíris y alegarían no ponerse esos camisones blancos o frac negros tan poco coloridos y mucho menos cantarían si el procurador Ordóñez asiste al concierto. 

Las feministas insistirían en su derecho a ocupar los lugares más visibles, el movimiento pro grupos étnicos haría huelga hasta que el coro no incluyera dos grupos raizales y una versión de la sinfonía en currupaco y en wayu. Tres ong´s comprometidas con la causa dirían que el coro debe incluir transmisión simultánea para los barrios marginados y que los derechos de transmisión deben ser nacionalizados y prohibirse la entrada a los canales imperialistas. 

Cuatro congresistas insistirían en incluir siete parientes que no saben cantar y los concejales exigirían el  contrato de hidratación y transporte del personal. Un grupo de señoras que defienden el derecho de los obesos a ser considerados enfermitos incluidos en el POS, dirían que es ofensivo que la soprano solista sea gorda y que constituye una caricatura de la obesidad y del ideal de belleza femenino, cruzado transversalmente por una idea falo céntrica de la corporeidad.

 Tres decenas de amigos de la legalización de la droga pedirían que se permita cantar bajo el uso de estupefacientes, siete pediría permiso para ir al baño, una procuradora de familia estudiaría si es legal que menores integren el coro, tres defensores de la libertad religiosa protestaría porque el número de grupos de alabanza cristianos protestantes es menor al de coristas católicos.

Al final sería imposible organizar el espectáculo  porque este circo que llamamos democracia, que antepone las políticas afirmativas y los derechos individuales por sobre los intereses nacionales o la idea de construir una Nación, jamás podría ni siquiera, hacer un corito con 200 gatos.  

A esa idea de libertad individual, le llamamos "felicidad" y luego resultamos preguntándonos por qué un país como Corea, que hace 60 años era diez veces más pobre que Colombia, hoy es una potencia mientras nosotros no hemos resuelto el problema de la propiedad de la tierra. Preguntaríamos porqué los tigres asiáticos rugen si hace menos de cincuenta años eran colonias y nosotros llevamos 200 de independencia. 

La melosa trampa de los derechos que echa fácilmente raíz en una sociedad que no le importa nada más que su propio bienestar, su mezquina idea de felicidad, su pobre inteligencia, su falta de amor y su democratizada corrupción. 

Pero tranquilos, jamás cantaremos una sinfonía a este nivel (las 10 mil voces no eran profesionales, solo gente de Sendai, de provincias queriendo hacer parte de un gran sueño), pero siete mamertos,  tres liberales y uno que otro intelectualillo que ejerce de critico social bacano y literario, escribirán sendos ensayos sobre la necesidad de entender y consolidar una visión de desarrollo desde el Trópico. Que optimismo tan pobre.

Credito
RICARDO CADAVID

Comentarios