Una caída

Camilo González Pacheco

Una de las saludables consecuencias que ha traído esta larga y aburrida pandemia, es la de permitir volver a releer algunos textos engavetados de la literatura universal y latinoamericana, que se abandonan por largo tiempo, pero como las buenas canciones, nunca se olvidan.
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Lo normal es que los lectores se vayan, bien lejos de sus bibliotecas o emprendan viaje a la eternidad, y sus libros queridos queden ahí. Borges decía, que las cosas – y obvio, los libros - nunca sabrán que nos hemos ido: “Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido”. 

En este contexto, Juan Rulfo y Thomas Mann, han sido una agradable referencia para soslayar el paso tedioso de esta epidemia, que a ratos parece ser eterna. Sobre todo, con este respiro literario, poder  recrear lo pasajeramente trágico con un tema baladí, por ejemplo, una caída, sin mayores consecuencias.  

Hablamos entonces, de una caída física. No política, donde por lo general, en nuestro entorno el personaje casi siempre cae parado. 

Juan Rulfo narra magistralmente, para terminar su novela corta Pedro Páramo la caída y muerte del personaje. “Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”. 

Thomas Mann, hace lo propio en La Muerte de Venecia, cuando Gustavo Von Aschenbach, “En un instante dado se levantó para encontrar la mirada, pero cayó de bruces, de modo que sus ojos tenían que mirar de abajo arriba, mientras su rostro tomaba la expresión cansada, dulcemente desfallecida, de un adormecimiento profundo”. 

Trascendentes textos, para esta intrascendencia temporal. Sencillos, pero hermosamente narrados. Así sea una caída en una escalera, en el andén, en el baño. De todas maneras, lo mejor es no caerse. No debemos olvidar, que después de los accidentes automovilísticos, las caídas constituyen la segunda causa de muerte en las principales ciudades del mundo. Se calcula que más de 420.000 personas mueren cada año en el mundo por esta causa. 

Paso firme, con ojos bien abiertos y oídos despiertos, parece ser una consigna arcaica, pero con plena vigencia cotidiana. Sobre todo, en esta larga y tediosa cuarentena. Aunque parezca desmedido – y lo es – traer a estos renglones los clásicos nombres de Thomas Mann y Juan Rulfo, para referirnos a un tema eminentemente baladí y coyuntural, constituye un despropósito. Son consecuencia del nefasto coronavirus y la pandemia. Hasta en eso nos han afectado. Pero, para airear el alma, vale la pena. Y sobre todo, para prevenir y evitar futuras caídas.

CAMILO GONZÁLEZ PACHECO

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