El derecho a discrepar y el deber de respetar

Especialmente en tiempos como el que vivimos, en que tiene lugar una contienda electoral, es usual que se acaloren los ánimos y cada uno defienda con ardor al candidato/a de sus preferencias. Es comprensible y hasta deseable, que la gente se entusiasme con sus candidatos, defienda y divulgue sus ideas y trate de conseguir seguidores.

Deplorable sería que reine la apatía o el descreimiento y no importe quién dirija los destinos del país y de las regiones. Lo malo, muy malo, es que en medio de ese apasionamiento por cualquiera que sea la causa, o por el rechazo que producen todos ellos, la controversia se haga con violencia, grosería, insulto, verdades a medias, mentiras, engaños, chantajes, amenazas, etc.

Cada quien tiene derecho a ser, lucir, creer o preferir algo distinto de lo que a mí me gusta, siempre y cuando con ello no haga daño a otros. Es por eso que se predica el “respeto a la diferencia” como única forma de alcanzar la convivencia y por tanto la paz. Si bien este planteamiento es generalmente aceptado, con frecuencia se queda en el discurso porque todavía son muchas las personas que quieren imponer sus propias ideas a toda costa.

Ideas que con frecuencia ocultan o defienden intereses personalistas y clasistas de diverso tipo que anteponen su bienestar por encima del de los demás; posiciones que a veces devienen de posturas fundamentalistas, mesiánicas, obcecadas; que no obedecen a razones ni a lógica alguna, sino a posturas que se sustentan en creencias o tradiciones sobre las cuales no se han dado la oportunidad de deliberar escuchando nuevas aproximaciones.

Son mentes cerradas que todavía operan con el argumento de que “sí porque sí”, o porque así lo hicieron o pensaron los padres, abuelos, sin consideración alguna con el hecho de que vivimos otros tiempos, que en muchos aspectos el mundo ha evolucionado en forma vertiginosa, que la ciencia ha avanzado, que contamos con nueva y mayor información y que todo ello nos obliga a abrir nuestra mente a nuevas aproximaciones.

Lo dicho debe conducir a darnos la oportunidad de preguntarnos si acaso estamos equivocados, si continuamos defendiendo ideas superadas y, en todo caso, a no asumir que nuestros contradictores son los equivocados, dando por descontado que somos los únicos poseedores de la verdad. Está bien que defendamos nuestras ideas con entusiasmo y firmeza, una vez que las hayamos procesado y confrontado en forma ponderada, siempre con mente abierta y dispuestos a aprender, a aceptar argumentos y a respetar el pensamiento de los demás, dando ejemplo con ello para que también nuestras ideas sean respetadas.

No hay razón alguna que justifique la violencia física o verbal que hemos vivido y sufrido por décadas o acaso centurias. No hay argumento alguno que justifique la destrucción de los bienes públicos y privados construidos con enorme esfuerzo. No hay explicación válida para mantenernos en el subdesarrollo cuando la naturaleza ha sido pródiga con nuestro país y el talento de los colombianos es ampliamente reconocido. No hay argumentos que justifiquen la enorme inequidad social que hemos consentido y avergüenza a nuestro país.

Nuestra discrepancia sí ha de ser muy grande con la violencia y con la falta de respeto por los contradictores. Nuestra responsabilidad es superar las diferencias y sumar esfuerzos para lograr salidas que nos permitan avanzar hacia ese desarrollo que merecemos, que es posible, que está en nuestras manos, si asumimos el reto de alcanzar la paz entre todos. En suma, es el momento de probar que entendemos y practicamos el derecho a discrepar y el deber de respetar a quien discrepa.

La responsabilidad recae por sobre todo en quienes ostentan algún liderazgo, quienes tienen mayor visibilidad en las comunidades, en los adultos que, con su conducta están llamados a dar ejemplo a la comunidad, a los jóvenes, a los niños, que los observan y perciben como referentes. Aquí no se trata sólo de buenos modales sino que, no actuar con respeto, serenidad y prudencia, puede tener consecuencias nefastas para el conjunto de la sociedad.

Credito
MARTHA CRUZ

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