Retrato presidencial

Darío Ortiz

Sentado como un bebedor de Bavaria, con un ojo saltado que parece de vidrio, donde el maestro retratista copió la figura casi de palo que mostraba el implacable aniquilamiento de la edad de uno de los hombres más ancianos de Colombia, cuya inteligencia se agotaba paulatinamente; fueron afirmaciones en la prensa de 1899 para describir el retrato del octogenario presidente Sanclemente pintado por Epifanio Garay.
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Cuadro que había ganado el primer premio en la Exposición Nacional de Bellas Artes. Los críticos del retrato estaban divididos entre los defensores conservadores del viejo Sanclemente de 85 años, quien por sus achaques pretendía gobernar desde la plácida Villeta los destinos de la nación, y sus detractores liberales agobiados por la clerical constitución de Núñez, los gobiernos conservadores y la debilidad del mandatario. Manuel Antonio Sanclemente quien había sido elegido con el apoyo del expresidente Miguel Antonio Caro que esperaba hacer de él un títere para perpetuar su poder, fue derrocado al año siguiente por su vicepresidente.

Ese cuadro, actualmente en el Museo Nacional, me parece un buen ejemplo de cómo la pintura de retratos puede dar una lectura válida del retratado, su obra y su tiempo. Lectura que se hace evidente en el retrato presidencial de Duque, cuyos memes no se hicieron esperar. 

Su pose de cantante de manos extendidas y boca abierta, algo inédito para un retrato de esa dignidad, revela muchas cosas puesto que cada elemento en una obra de esa clase es pensado, discutido y aprobado por varias personas. El presidente Duque posó para una sesión de fotografías, de la cual eligieron esa imagen, que fue retocada en photoshop donde seguramente se le adelgazó, para ser entregada a un pintor casi desconocido que obedientemente la pasó a una tela sin mayor mérito. Finalmente, para rematar el adefesio, le pusieron un marco dorado y labrado de penúltima moda, con escudito de Colombia en el copete y lo entronaron al lado del soberbio retrato del presidente Santos, quien posa impecablemente vestido, sin banda presidencial y delante de un paisaje innegablemente colombiano, de sobrio marco negro. Cuadro elaborado magistralmente por el conocido maestro Juan Cárdenas. 

Un retrato presidencial no es nada complejo puesto que los buenos modelos abundan, por eso el retrato de Duque es fiel reflejo de su estilo de gobierno: una suma de malas decisiones, tomadas por gente poco preparada para tomarlas. Un gobernante que prefirió rodearse de mediocres que no lo contradijeran mucho, para no evidenciar su propia medianía intelectual, ignorancia y falta de lectura; y cuyos fracasos y desaciertos de esos subalternos prefirió defender, antes de permitir que alguien reconociera un error o de cambiarlos por otros más capaces.

El óleo que en medio de la vergüenza y la polémica ya mandaron retocar, muestra un mandatario de obsesiones menores, como los innecesarios tres símbolos patrios de su retrato (el escudo y las dos banderas), que buscó agradar a todos por su capacidad histriónica, reflejada en su gesto vallenato, y que, desconectado de la realidad nacional, logró contra su voluntad lo único que quienes lo pusieron ahí querían evitar: que el país, como la bandera de la pintura, se saliera hacia la izquierda. 

 

DARÍO ORTIZ

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