Tras la búsqueda de “El Dorado”

Múltiples historias rodearon la leyenda de “El Dorado”

Algunas de ellas lo asocian con un lugar mítico del cual se decía tenía grandes reservas de oro y que por esta razón fue buscado durante largos años y con gran empeño por exploradores españoles e ingleses, atraídos por la idea de un lugar con calles pavimentadas de oro, en donde el preciado metal era algo tan común que se despreciaba. Muchos de ellos murieron en el intento por descubrir la ciudad perdida, ya que las largas expediciones transcurrían por la selva donde la dureza del terreno unido a la falta de provisiones cobraba la vida de los valientes y ambiciosos expedicionarios.

Otros versiones señalan que el origen de este mito, el más famoso de cuantos estimularon la exploración y conquista del continente americano, se remonta al año 1534, cuando un amerindio que habitaba el territorio que hoy ocupa nuestro país reveló a los españoles una de las ceremonias rituales del cacique Guatavita, que despertó la codicia de soldados y aventureros. Éste cubría su cuerpo desnudo con polvos de oro que se adherían a su piel mediante una tintura de trementina y ante la mirada de su pueblo se embarcaba solo en una gran balsa hecha a base de juncos hacia el centro de la laguna de Guatavita, donde se bañaba y arrojaba al agua en honor de la divinidad valiosas ofrendas consistentes en piezas de oro y esmeraldas, homenaje que igualmente rendían sus súbditos.

Hoy, casi 500 años después de que este mito se convirtiera en parte de la historia cultural de los pueblos latinoamericanos, una flotilla de poderosos y codiciosos expedicionarios, propietarios de una multinacional aurífera cuyo símbolo es un león, el cual representa el poderío y su dominación sobre los territorios conquistados, zarparon del continente africano hasta nuestra Cordillera Central tras la búsqueda  de “El Dorado”; lo que no es claro es si están buscando aquel lugar mítico donde la abundancia de oro es incalculable o si en desarrollo de dicha exploración buscan al cacique, a quien ungirán y patrocinarán cubriendo con oro todo su cuerpo desnudo y su conciencia no tan desnuda, para que sea éste quien los guíe hacia ese lugar no tan perdido en la Cordillera que los satélites han plenamente identificado. Todo indica que lo uno lleva a lo otro y que el cacique elegido por los expedicionarios como el llamado a regir los destinos de la “Ciudad del oro” tendrá que olvidar el compromiso con su tierra, la naturaleza y su tribu para convertirse en la llave que abrirá las puertas de la ciudad, permitiendo que la multinacional del león se apropie definitivamente de los valles y montañas.

Será el cacique elegido por los expedicionarios quien con sus “capacidades y aptitudes” se encargue de guiarlos por el camino más expedito y menos empinado hacia los tesoros que guarda la montaña, que pasará de ser un manantial de vida para transformarse en una laguna de muerte, y quien además tendrá la no admirable misión, junto con su séquito compuesto por sacerdotes, guerreros y aspirantes a ser caciques, de doblegar la conciencia de sus súbditos el próximo 30 de octubre para que estos no opongan resistencia alguna a la inevitable domesticación que los convencerá de entregar el tesoro, permitiendo que los expedicionarios africanos puedan conquistar y colonizar estos territorios.

Así transcurrirán los días, meses y años hasta que una guerra, una enfermedad o una nueva elección prive al pueblo de su monarca y se haga necesario realizar de nuevo la ceremonia de “El Dorado” para ungir los expedicionarios a un nuevo cacique, quien deberá continuar gobernando con esa misma “prudencia” y “sabiduría” al pueblo y su ya no tan fértil y verde reino, y que además deberá aprender a vivir con el recuerdo ancestral de que alguna vez vivió rodeado de hermosa vegetación y de cristalinas corrientes de agua, pero que ahora sólo es un títere más en el nuevo reino del león africano.

Credito
CAMILO E. DELGADO HERRERA

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