Me encontré en la vida con García Márquez

Lo malo de encontrarse uno con personajes es que estos no se encuentran con uno. Lo constaté con García Márquez a quien la aldea global le celebra sus primeros 85 abriles.

Nos topamos con Gabito, como le dice su entorno, en el aeropuerto Barajas, Madrid. Los reporteros que íbamos a cubrir la entrega del Nobel en Estocolmo, le caímos en gavilla. “Hola, muchachos. Vamos por el premio”, comentó. No soltó chivas. Dizque reportero, fui incapaz de ametrallarlo con preguntas. Me tupí.

Me sentí aludido con el “muchachos”. “Me habló”, pensé. Luego descubrí que tenía algo en común con el de Aracataca: también el fabulista tenía los ojos en la trastienda, fruto de una prolongada travesía aérea.

Definitivamente, era mi día de suerte. Ya tenía qué contarles a mis nietos: todo un Nobel me había llamado “muchacho”. Y compartía con él prosaicas ojeras. Y avión.

Gabito se mezcló con la abyecta minoría de first class de Avianca. Los aristócratas de gallinero nos dedicamos a arriar primera clase con laureado novelista a bordo.

Lo volvimos a ver varias veces en Estocolmo. En la tierra de los vikingos  el Maestro perdió puntos conmigo. Conocí algo más exótico: la nieve, que parecía hielo convertido en algodón por un ventilador.

Tampoco conocía ese cachivache llamado metro. Hasta le puse la mano. Me obedeció. Al Nobel lo tenía a diario en sus libros. No me podía traer la nieve y el metro para casita. De allí el deslumbramiento.

El impacto de conocer la trinidad Nobel-nieve-metro fue parecido al del coronel Aureliano Buendía cuando su papá lo llevó a conocer el hielo.

Le tomé fotos firmando libros, una de ellas al coronel (r) Nolasco Espinal Mejía, de San Pedro, Antioquia, héroe de la guerra de Corea, acusado de ser espía de la CIA por los amigos del Nobel.

Falso positivo-negativo: Compartí cuarto con mi coronel y todo lo que quería era internacionalizar su libido con alguna suequita. Como todos. Regresamos vírgenes.

Padecimos pavorosas temperaturas bajo cero. Tampoco era fácil manejar una ordenada ciudad en la que la noche era más larga que el día.

Amigos mundanos me prestaron ropa para enfrentar semejante clima: botas, chaquetas, guantes, calzoncillos térmicos.

El Nobel de Literatura lo acapara todo. Los premiados en otras disciplinas pueden crear minutos de 59 segundos, descubrir que da gripa en otra galaxia, desarrollar pastillas contra el olvido. La diferencia radica en que Gabo inventó una prosa que nos permite tutearnos con la felicidad.

Trabajábamos de día y no dormíamos de noche. Mientras los suecos roncaban, en Colombia estaban despiertos, esperando nuestros despachos. Molía informes para Radio Súper del pavato, y enviaba crónicas para los diarios de Colprensa.


Terminamos fundidos. Recobré la pronuncia cuando regresé al país donde la noche y el día son adecuada y equitativamente iguales. Y el azar nada que me depara una segunda oportunidad junto a Gabito.  

Credito
Óscar Domínguez G.

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