La herencia maldita

En su reciente intervención ante la Asamblea de la ONU, el presidente Santos se quejó de la lentitud del proceso de paz que se adelanta en La Habana, y lamentó que apenas hubiera sido posible llegar a un acuerdo sobre uno solo de los puntos de la agenda.

Su angustioso lamento tiene todo el asidero, pues estamos en la víspera del agotamiento de su mandato, y hay que decirlo, nada resguarda que su periodo se pueda prolongar, lo que significaría un seguro fracaso de esta nueva oportunidad, tal como ocurrió en las postrimerías del mandato de Andrés Pastrana. 

Todo hace pensar que a este proceso no se le ha puesto la dentadura completa, para que pueda masticar y propiciar la digestión de un acuerdo, que por fin logre generar esa paz que todos los colombianos anhelamos. 

Lo que vemos es que no se aprende de los fracasos y seguimos pensando en argumentos que no construyen, que no abren oportunidades y que impiden vislumbrar el horizonte deseado. 

Se sigue pensando en más muertos, en más masacres, en más secuestros y en la catástrofe que imponga definitivamente un vencedor. Pareciera sobreponerse un desprecio por el dolor de las víctimas, por el atraso generalizado y por la frustración de las nuevas generaciones. 

Nada ha hecho reflexionar que un estado de cosas como el que ha perdurado, lo único que hace es construir generaciones de hombres violentos que no tienen otro pensar que la destrucción para lograr la supremacía. 

Ahí hemos visto caer en combate líderes de todos sectores, desde luego los guerrilleros, y murieron sin otro instrumento que el mismo fusil que enfundaron. 

También dirigentes políticos, militares y policías de todos los rangos y miles de ciudadanos inocentes a quienes alcanzaron las balas irresponsables y asesinas de sus victimarios. 

El valor para lograr la paz, no se vislumbra, nadie ha tenido el coraje y la audacia de encontrar la fórmula y las propuestas de ocasión se ahogan en fundamentalismos perversos. No es posible que no hayan existido líderes capaces de darle sostenibilidad a los procesos, generando resultados concretos y tampoco nadie es capaz de aceptar esos fracasos que terminan condenando al pueblo en general. 

Nos están dando como herencia maldita, para las presentes y futuras generaciones, la violencia y la destrucción, y eso es inicuo, absurdo e imperdonable, porque terminamos heredando el odio, la ruina y la frustración. 

Que lugar tan oscuro y tan ruin les reservará la historia a esos incapaces de la lógica, de la grandeza y del bien común. 

Credito
EDUARDO DURÁN GÓMEZ

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