“El Estado soy yo”

Eduardo Durán

Esta es la frase que caracterizó el absolutismo de los reyes y la hizo famosa Luis XIV de Francia; pero fue allí mismo en ese país en donde surgió la teoría de Montesquieu hacia 1848 en su famosa obra “El Espíritu de las leyes” en donde plantea que para que existiera un equilibrio en el ejercicio del poder era necesario que éste estuviera dividido en tres ramas: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. De esta forma surgía la tesis de los pesos y contrapesos, necesaria para evitar el despotismo y para ofrecer las garantías a los ciudadanos sobre el ejercicio del poder en términos de justicia, equidad y garantía de los derechos fundamentales.

Pero parece que hoy, casi después de dos siglos y medio, en la vecina república que invoca la vigencia del pensamiento del Libertador Simón Bolívar, se quiere pisotear esta teoría que rige al mundo moderno y que ha significado la vigencia de la democracia y la civilización política.

Primero fue el señor Hugo Chávez, quien pidió al Congreso la aprobación de lo que llamó una “Ley Habilitante” para otorgarle al Ejecutivo facultades absolutas para legislar durante un periodo de tiempo. Ahora el señor Maduro invoca ese errático pensamiento para solicitar que se apruebe nuevamente otra Ley Habilitante, para que él pueda legislar durante un año.

¿En dónde queda entonces el equilibrio del poder? ¿En dónde la voluntad del pueblo que escogió un congreso para que cumpliera su función legislativa en su representación? ¿En dónde la garantía para el ejercicio ecuánime del poder? ¿En dónde la opinión de las minorías?

Vemos que la dictadura de que se ha venido hablando adquiere aquí todo su esplendor y que seguramente abrirá paso a otra de las teorías más valiosas de la filosofía política que dice que “El poder absoluto, corrompe absolutamente”.

Aquí es donde cabe preguntar en dónde están los organismos internacionales, las asociaciones de derechos humanos y las voces de los partidos políticos vigentes, que no advierten sobre la peligrosa herramienta regresiva, arbitraria, perversa y llena de iniquidad, que sentaría un precedente absolutamente nocivo para la paz de los venezolanos y también para la paz de la región.

Los poderes absolutos suelen surgir de la incapacidad para gobernar, de la ineptitud para ofrecer soluciones efectivas a los problemas que aquejan a los ciudadanos y se apela entonces a la fuerza, a la negación de los derechos y al desconocimiento de la civilización.

Si esto se aprueba en Venezuela, se podrá decir sin lugar a equívocos, que de ahí en adelante Maduro podrá afirmar sin sonrojarse que “El Estado soy yo”.

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