Una vergüenza eterna

Eduardo Durán

Las cosas tienen principio y fin; tanto las alegrías como las desgracias unas son fugaces y otras se prolongan indefinidamente en el tiempo, pero les llega la hora. Cuando se trata de desgracias, el daño crece, la frustración se multiplica y la amargura socava despiadada y cruelmente a los seres que las sufren.

En el caso de las minas antipersonal, Colombia ha tenido que padecer un tormento, propio de las peores afrentas que puedan existir, todo traducido en que en más del 60 por ciento de los municipios (688) existen estos artefactos mortíferos sembrados en el piso, con alevosía y perversidad, en donde se expone a toda clase de personas: niños, jóvenes y adultos, a que sus extremidades vuelen en pedazos al pisar uno de estos artefactos; y de hecho son miles de inocentes víctimas las que han tenido que sufrir terribles mutaciones en sus cuerpos, muchos de ellos seres que apenas comienzan a vivir. Se calcula que desde 1990 han existido 11.043 víctimas, de las cuales 2.209 han fallecido. En solo el primer mes de este año se registraron 28 casos.

Una crueldad como esta, violatoria de todos los preceptos del Derecho Internacional Humanitario, tenía que llegar a su fin y parece que ha sido pactado en La Habana, después de tantas críticas en todo el mundo a este perverso procedimiento, y después también, de tanto daño y horror causados.

Ahora lo que hay es que descifrar el mapa de todas las minas colocadas y que están por ahí en peligro de seguir causando la atrocidad. Y también resta hacer el llamado para que grupos como el ELN, que también usa esa horrible práctica, igualmente decidan irse apartando del horrendo crimen y jalarle al Derecho Humanitario para que pueda exhibir muestras reales de que efectivamente quieren la paz.

El fin no justifica los medios, y quienes piensan lo contrario, solo están acudiendo a dictados irracionales y prehistóricos, en donde el ser humano no cuenta y todo es producto de la irracionalidad y del primitivismo.

Un país en donde en su territorio hay minas sembradas, constituye una vergüenza oprobiosa, y un ser humano que crea que eso es una práctica válida, no merece que una comunidad lo cuente dentro de los suyos, sencillamente porque piensa como una bestia. Un procedimiento criminal como este, no lo olvidará la humanidad nunca, porque sus víctimas estarán ahí para recordarlo; y para los que ya no están, la memoria histórica estará presente para recordarlo. Eso hay que tenerlo presente.

Comentarios