Los médicos olvidados de Ibagué y el Tolima

Pablo Isaza Nieto

Esta columna se inicia con un hecho anecdótico sucedido en los inicios de la década del noventa del siglo pasado cuando ya se sentían los pasos tenebrosos de la Ley 100 que comercializo la salud. En una reunión en la que los creadores de la ley, todos economistas, el principal de ellos muerto trágicamente, se refería a las maravillas de lo que sería el nuevo modelo que pondría a Colombia a la par de Canadá y los países nórdicos en cuanto a la salud de la población. La disertación la hacía frente a médicos la mayoría de ellos dedicados a la salud pública; “esto es un cambio en el que no necesariamente quienes dirijan el sector salud tengan que ser médicos, me da pena decirlo, pasados de moda, anticuados y que poco han aportado a la salud del país”.

Uno de los asistentes, médico sanitarista, distinguido internacionalmente, le respondió al recién llegado a la salud: “Doctor yo lo he escuchado atentamente y observándolo me ha llamado la atención que usted no tiene en su cara cicatrices de viruela ni presenta cojera alguna o discapacidad en su brazo derecho”. El conferencista sorprendido y molesto le contesto: “no veo que tiene eso que ver con lo que estamos hablando”. Entonces el médico le contesto: “Doctor, es que nosotros los anticuados y pasados de moda lo vacunamos a usted cuando era niño contra la viruela y la poliomielitis y por eso usted no está manchado de viruela ni tiene una parálisis flácida”.

Como el médico que le contesto al conferencista de marras, muchos médicos en Ibagué y el Tolima dedicaron su vida y los mejores años de su ejercicio profesional a la salud pública, caracterizada en esa época por agresivas campañas contra las enfermedades infecciosas: la viruela que marcaba la piel de quien la padeciera si acaso no moría; la poliomielitis que llevaba a la discapacidad; el tétanos que mataba en medio de convulsiones; la tos ferina que ahogaba a los niños; la sífilis con todas sus manifestaciones; en fin, los médicos “anticuados y pasados de moda” que evitaron muerte y enfermedad.

Sería muy extenso nombrarlos a todos pero basta con mencionar algunos que los representan. Braulio Estrada que llegó de Antioquia al Tolima en 1895 y ejerció la salud pública hasta bien entrada la segunda mitad del Siglo XX. Luis Ernesto Bonilla, pediatra y sanitarista, fundador de la Casa del Niño y quien tenía como preocupación principal la alimentación del niño por el seno materno; creador de cartillas de educación para la salud.

Cupertino Críales durante muchos años director de vacunación y epidemiología quien recorría el Departamento en un Renault 4, francés, cuando todavía no se ensamblaban en Colombia.

Jorge Guzmán Molina, dedicado a combatir la tuberculosis y a promover el deporte. En Líbano, Ricardo Vélez, director de salud pública y a cargo de los programas de vacunación.

Todos, médicos de salud pública “pasados de moda y anticuados” que tanto bien hicieron al Tolima y a Ibagué.

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