Vivienda gratuita

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Nos referíamos, la semana pasada, al problema de la vivienda digna y propia. Decíamos que en Ibagué tenemos a un enorme grupo de familias que califican en lo que llaman la Red Unidos, que son los de más baja calificación según el Sisbén y aquellas que se encuentran desplazadas. Y mencionábamos que, para el proyecto de viviendas gratis de El Tejar se hace necesario un trabajo juicioso, cuidadoso y suficiente de asistencia social, previa, durante y después del trasteo a las nuevas viviendas.

Es que una cosa es vivir en un tugurio, a orillas de un río y en zona de alto riesgo, en donde probablemente no se paga por el agua ni el alcantarillado ni el aseo, ni llega el recibo del impuesto predial de cada año y la conexión a la energía eléctrica es, quizás, pirata. El servicio de gas es en pipetas y no hay pagos de administración de las zonas comunes.

Y otra cosa muy diferente es vivir en comunidad, en condominios en donde habrá que mantenerse al día en el pago de servicios públicos con medidor y contribuir mensualmente a las expensas comunes del conjunto residencial. Es de la responsabilidad de la Administración municipal que a esas familias se les acompañe para que el cambio de residencia no se les convierta en un problema mayor antes que en una solución. ¿Tiene cada familia unos ingresos mensuales más o menos asegurados? Porque, si no, hay que buscarles las alternativas que los lleve a ser productivos y enseñarles a no malgastar. ¿Tienen, los niños de las mil 100 familias que vivirán allá, cupo en las escuelas cercanas? Porque no es una opción razonable que se tengan que gastar en pago de buses la parte del león de sus ingresos. Etc. El proyecto de El Tejar es una oportunidad de oro para crear comunidad y buenas prácticas de vecindad. Y para que sea un núcleo humano que sirva de ejemplo de lo que es, idealmente, una comunidad en paz. Nada nos ganamos, como sociedad, si entregamos vivienda gratuita para que, en un par de años, la propiedad se pierda por el cúmulo de deudas generadas allí.

Otra cosa: Votamos, el domingo pasado. Quienes se abstuvieron, no tienen derecho a abrir la boca. Aquellos que depositaron sus tarjetones en blanco, perdieron la oportunidad de marcar la casilla “Voto en blanco” y hacer explícito su deseo. Y quienes marcaron mal los tarjetones, anulando el voto, probablemente reflejan la estupefacción de algunos ante una hojas enormes y difíciles de entender.

Algo hay que hacer para que más del 10 por ciento de nuestros conciudadanos no resulten con votos nulos y para que casi el seis por ciento no dejen el tarjetón en blanco.

Necesitamos campañas masivas y de verdad, para enseñar a votar. Hay que asignar los recursos necesarios a este propósito.

Credito
JULIO A. LONDOÑO B.

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