La costumbre de regalar libros

Con base en alguna experiencia personal, el escritor español Rodrigo Fresán escribió hace poco un excelente ensayo o apuntes para una teoría del futuro del libro o del libro del futuro.

La centenaria costumbre de regalar libros en casi todas las ocasiones, especialmente a los niños con el fin de estimular los hábitos de lectura, ha dejado de ser según el citado autor, una buena costumbre que no despierta el mínimo interés entre los adolescentes pues en su caso su regalo no logró siquiera despertar la curiosidad del destinatario como para merecer destaparlo delante de los invitados.

El libro del futuro es ya una frenética sucesión de modelos nuevos de equipos que van dejando fuera de lugar a los modelos anteriores. Hoy gracias a Jobs, todos somos un poco Job. Corremos, tropezamos y caemos y volvemos a levantarnos en una desesperada carrera para ver quién almacena más y más rápido. Es el libro en permanente metamorfosis, el libro como máquina más imaginada que imaginativa.


El equivalente del libro tradicional parece enorgullecerse de ofrecer lo mismo, esto es, fragmentación, simultaneidad, velocidad, pero su efecto parece ser el contrario. Los lectores electrónicos, supuestamente, contribuyen a facilitar y acelerar la experiencia de la lectura, pero en realidad acaban con las ganas de seguir leyendo.  


No cabe duda de que seguimos leyendo a la misma velocidad de Aristóteles, más o menos unas 450 palabras por minuto. Es decir, las máquinas son cada vez más veloces pero nosotros no. Quizá por eso el libro de papel no ha perdido totalmente su vigencia, porque se acomoda más a nuestro ritmo.


Hubo un tiempo en que el cine, las fiestas, la televisión, el alcohol, las drogas, la política o los bellos atardeceres nos alejaban de los libros, ahora con sorpresa nos percatamos de que son los libros los que nos alejan de los libros porque los libros desde pantallas nos impiden concentrarnos por largos periodos sin sentir la refleja y automática tentación de saltar a otro sitio, a enredarnos en redes sociales o porque ya es hora de actualizar nuestro correo electrónico.


En pantallas grandes y pequeñas ya no se proyectan nuestras vidas como en la trama de una exquisita novela, porque nuestras vidas, ahora, cada vez son más pantallas. El problema final es que el hábito de la lectura se ha esfumado.


Como si para leer necesitáramos de una antena y la hubiéramos cortado. No llega la señal que trae la concentración, la soledad la imaginación que requiere el habito de la lectura. En veinte años, según el autor, la lectura será un culto, será un hobby minoritario.


El futuro del libro depende de una nueva consagración de la soledad en tiempos donde nadie quiere estar solo, o quiere estar a solas con miles de personas. Tener todos los libros al alcance de la mano no significa disfrutarlos todos.

Credito
ALFONSO MARÍN

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