La política de la vuelta de tuerca

Santiago Martin

Hace unas semanas dediqué este comentario a exponer mi impresión de que los cambios en la Iglesia se estaban tratando de imponer con demasiada rapidez. Los gobiernos saben, porque así se lo han explicado sociólogos y psicólogos, que la gente aguanta mucho, pero que hay que ir poco a poco. Es lo que se llama la “política de la vuelta de tuerca”.

Das una vuelta de tuerca y luego esperas hasta que la gente se haya acostumbrado a ese cambio, antes de apretar un poco más. Lo están haciendo con el aborto, por ejemplo: primero se aprueba una ley que se presenta como de mínimos para solucionar casos lacrimógenos y después se amplia al cuarto supuesto (el del daño psicológico de la madre), para terminar declarando que el aborto es un derecho y que todo el que se oponga a él será tratado con la misma dureza legal que si fuera un terrorista, un racista o un xenófobo. Desde el principio sabían a dónde querían llegar, pero aplicaron la política de la vuelta de tuerca, a fin de que el personal no se soliviantara.

Entre nosotros, en cambio, parece que hay unas prisas locas por meter en el baúl de los recuerdos dos mil años de interpretación bíblica y echarse en brazos de las tesis más progresistas que llevan años aplicando los protestantes, aún a sabiendas de que los resultados que ellos han obtenido son catastróficos. La cosa empezó con lo de la comunión a los divorciados vueltos a casar, luego se dijo que también podían comulgar los que vivían sin casarse y más tarde se abrió la puerta a la comunión de las parejas gay e incluso se llegó a afirmar que, cuanto más sexo practicaran éstos, más se santificaban.

La penúltima “novedad” ha sido lo de la comunión para los luteranos -y me imagino que también para el resto de los “hermanos separados”-. Y digo la penúltima porque ya ha saltado otra: la posibilidad de ordenar sacerdotisas y obispesas. A algunos les han entrado las prisas y lo que los protestantes han tardado cincuenta años en recorrer, quieren imponerlo en pocos meses. Creo que les falta la picardía de los políticos y no están teniendo en cuenta la utilidad de lo de la vuelta de tuerca. O, vuelvo a repetir lo que dije hace unas semanas, quizá tienen datos que otros no tenemos y temen que su tiempo para hacer reformas se acabe pronto.

Como es natural, tantas prisas generan reacciones, pues no da tiempo al personal a asumirlas. Una pequeña minoría de obispos alemanes (siete de un total de veintisiete), que protestaron discretamente cuando lo de la comunión a los divorciados, han dicho que ya estaba bien y han sido más notorios en su protesta con lo de la comunión a los luteranos.

Han mandado una carta a Doctrina de la Fe, pidiendo que se pronunciara al respecto, forzando así la necesidad de una respuesta. Alguien ha hecho pública la carta, para que no fuera el silencio la respuesta como sucedió con los famosos “dubia”. Y ahí ha venido el lío. Una primera información dijo que desde la Doctrina habían dicho que no se podía aceptar lo de la comunión de los protestantes. Luego se ha dicho que no había nada sobre el tema, para concluir en que sí había algo, pero que no se sabía muy bien qué era, y que el Papa quería hablar de eso personalmente con el presidente del Episcopado alemán, el cardenal Marx, por cierto muy amigo suyo y uno de los máximos impulsores de esa reforma. Reforma, eso sí, revestida como siempre con el ropaje de la misericordia y con la excusa de que se aplicará sólo en casos excepcionales.

No estoy de acuerdo con los cambios que proponen, pero, si lo estuviera, les diría aquello de que las prisas no son buenas para nada. Es que no nos dejan ni respirar y vamos de sofocón en sofocón. Tal pareciera que saben que les queda poco tiempo o que están provocando deliberadamente a los que se oponen a los cambios para que se harten, creen un cisma y se vayan. Yo no sé por qué pasa lo que pasa, pero desde luego hay alguien que sí lo sabe y, sea cual sea la causa, está apretando el acelerador al máximo.

fundador Franciscanos de María

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