Un Sínodo decisivo

Santiago Martin

Ha comenzado el Sínodo de los Obispos sobre la juventud y la pastoral vocacional. Un Sínodo que ha nacido marcado por la polémica. En primer lugar, el contexto en el que se produce, lleno de tensión por los escándalos sobre los numerosos casos de sacerdotes pederastas; esto ha llevado a que fueran varios los prelados que pidieran el aplazamiento del Sínodo o que se dedicara a estudiar el papel de los obispos en los casos de abusos sexuales; incluso uno de los que debían participar, el delegado de los obispos holandeses, se negó a acudir por este motivo.

Pero el principal motivo de tensión es interno. Como en los Sínodos anteriores sobre la familia, chocan una vez más las dos visiones de la Iglesia que hay en el seno de ésta. Para unos, la Iglesia debe suprimir aquellas cosas que son más difíciles de aceptar por el mundo y sobre todo por los jóvenes; no se trataría tanto de decir que cualquier comportamiento sexual es bueno, sino de afirmar que, en función de las circunstancias personales, lo que es objetivamente malo no lo es subjetivamente, con lo cual parejas que conviven sin casarse o personas con comportamiento homosexual podrían comulgar. Para otros, en cambio, lo importante es ser fieles a Jesucristo y presentar su mensaje, también el relacionado con la moral sexual, de forma íntegra, aunque eso suponga el rechazo de muchos.

Además, hay que tener en cuenta que este Sínodo es totalmente diferente a los anteriores. Los Sínodos son un fruto del Concilio Vaticano II y fueron pensados como un órgano consultivo al servicio del Papa. Los obispos se reunían, debatían sobre un tema y luego le pasaban al Papa sus conclusiones, que él utilizaba como creía conveniente y con ellas elaboraba, pasado un año, una exhortación apostólica que tenía el rango de magisterio ordinario de la Iglesia. Se diferenciaba así de los Concilios, en los cuales participan todos los obispos del mundo y tiene carácter deliberativo, lo que significa que sus documentos son magisterio ordinario una vez que han sido aprobados por el Papa. Además, en los Sínodos sólo participa una representación de los obispos, en lugar de todos los obispos de la Iglesia católica. Sin embargo, pocos días antes de empezar el Sínodo, el Papa ha cambiado las normas de su funcionamiento; ha decidido que sea deliberativo en lugar de consultivo y, por lo tanto, sus conclusiones serán magisterio ordinario -una vez que el Papa las firme- y obligarán a todos en la Iglesia. Además, como era costumbre también antes, pero con un significado distinto tras este cambio, el Papa ha nombrado a un gran número de obispos para el Sínodo, la mayor parte de ellos de una línea teológica parecida a la suya. El resultado, por lo tanto, será decisivo, incluso para la unidad de la Iglesia.

Para valorar hacia cuál de las dos posturas debería dirigirse la pastoral juvenil y, como consecuencia, la pastoral vocacional, se podría empezar por mirar el resultado acontecido en las llamadas “Iglesias protestantes históricas” (luteranos, anglicanos-episcopalianos, reformados-presbiterianos, metodistas….). Todas esas comunidades eclesiales son profundamente liberales y hace ya años aceptaron todo lo que el mundo les pedía que aceptaran: aborto, homosexualidad, sacerdocio y episcopado femenino… El resultado, sin embargo, no fue el esperado, sino todo lo contrario. Si la Iglesia católica está en crisis, la suya es mucho más profunda, en todos los aspectos. Lo más probable, por lo tanto, es que a nosotros nos sucediera lo mismo.

Pero, sobre todo, de lo que se trata es de ser o no ser fieles a Jesucristo. Los mártires aceptaron no sólo morir personalmente, sino también desaparecer como comunidad antes que traicionar a Cristo. En contra de toda lógica humana, fue su fidelidad lo que les hizo sobrevivir. Si, en cambio, hubieran aceptado ofrecer incienso en el altar del emperador o hubieran sucumbido a las presiones comunistas en países como Lituania o Polonia, se habrían diluido y ya no existiríamos como religión. Es la fidelidad lo que nos hace superar las crisis y resucitar cuando todo parecía acabado. No se trata, pues, de cálculos sociológicos en un sentido o en otro, sino de poner a Cristo en primer lugar y no avergonzarnos ni de Él ni de sus enseñanzas. Si no se hace así, el precio que pagaremos será carísimo.

fundador Franciscanos de Maria

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