Cien días y un estilo

Edwin Andrés Martínez Casas

Recientemente el alcalde de Ibagué, Guillermo Alfonso Jaramillo, realizó la rendición de cuentas de sus primeros cien días al frente de la administración municipal.

Muchos comentaristas han señalado que hasta ahora han sido más los anuncios y las polémicas que las ejecutorias en dirección a superar los graves problemas que padece hoy la ciudad.

No obstante, es difícil esperar que muchos de estos problemas puedan resolverse en un periodo de tiempo tan corto; además, realizar un balance de la gestión requiere información estadística que permita realizar un análisis un poco más técnico y reposado, con el fin de comparar los resultados con una línea base. En buena medida, este es el trabajo que hacemos desde el Programa Ibagué Cómo Vamos desde hace cinco años.

En cambio, los cien primeros días sí pueden servir para analizar el estilo de gobierno, la impronta que se le quiere imprimir a la administración municipal, así como evaluar si este es compatible con los rasgos más generales de lo que se pretende hacer en los próximos cuatro años, cuyos ejes se encuentran consignados en el Plan de Desarrollo “Por Ibagué con todo el corazón”.

Respecto al periodo anterior, parece darse un cambio positivo en cuanto a la capacidad de gestión e interlocución con el Gobierno nacional, lo cual no es un asunto menor, toda vez que buena parte de las iniciativas que se ha propuesto Guillermo Alfonso Jaramillo dependen en parte de la posibilidad de asegurar recursos del orden nacional. Tal es el caso del acueducto complementario y el impulso a la jornada única.

En este punto, una mayor iniciativa y audacia parecen haber permitido descongelar varios proyectos importantes para la ciudad. También parece transitarse favorablemente hacia un mayor compromiso en lo referente a la disposición para detectar y poner en conocimiento de las autoridades competentes aquellas actuaciones de gobiernos anteriores que pudiesen significar algún acto contra los recursos y la fe pública.

Lo anterior sería la muestra de que el gobierno municipal ha recuperado la iniciativa en algunos aspectos que son importantes para el desarrollo de una buena gestión pública.

No obstante, es importante señalar que este liderazgo podría estar demasiado disperso. La impresión que se genera con las actividades diarias del alcalde Jaramillo, aunque podrían mostrar un interés por tener un contacto directo con la comunidad, también podría ser evidencia de un excesivo énfasis en la microgerencia, en la solución al menudeo de los problemas, con todo lo que ello implica en el gasto de tiempo valioso para planear a mediano y largo plazo.

Es probable que ello sirva para mantener niveles de aceptación popular que le permitan tener un margen de gobernabilidad importante, pero no necesariamente es útil para tener una visión más estratégica sobre el devenir de Ibagué.

Además, esa “omnipresencia” del mandatario local, si no se maneja bien, puede terminar en fortalecer el personalismo y opacar o constreñir la auto-organización de las comunidades, lo cual es incompatible con el propósito de avanzar en el fortalecimiento de una cultura política de mayor control social y participación ciudadana autónoma.

En un país como Colombia, donde la política se hace en torno a personas y no a programas o ideas resulta fundamental apostarle a la construcción de escenarios más colectivos, donde la organización ciudadana desempeñe un papel más destacado por encima de personajes individuales.

En las comunas y barrios de Ibagué hay un enorme potencial ciudadano expresado en organizaciones de mujeres, jóvenes, Lgbti, ambientalistas, etc, que requieren apoyo, pero también autonomía para avanzar en la construcción de una ciudad con una mayor calidad de vida para todos.

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