¿Empezó ya el proceso de paz?

En el programa radial Hora 20, el ex ministro Rafael Nieto Loaiza hizo una afirmación que a muchos sorprendió, cuando se discutía el tema de una posible negociación con las Farc;

ese proceso de paz, afirma Nieto, no es una hipótesis: ya empezó, y al menos de parte del gobierno ya se han producido actos propios de una negociación de paz, o al menos de sus etapas previas.

Como indicio de esto cita el ex ministro varios hechos, especialmente el nombramiento de Eduardo Pizarro como embajador ante La Haya: él tendría la misión, afirman los rumores, de convencer a la Corte Penal Internacional CPI de que admita los perdones o indulgencias que eventualmente haya que conceder a los guerrilleros.


Como se sabe, el mayor obstáculo que enfrenta hoy un proceso de paz es que la comunidad internacional no tolera la impunidad en los crímenes de guerra o de lesa humanidad, y ha instituido para ello a la CPI.


Como nuestros guerrilleros han sido pródigos en la comisión de tales crímenes, un proceso de paz con indulto no sería admitido por la CPI. El presidente Santos, entonces, tiene como su más difícil misión (al menos en lo jurídico), convencer a la CPI de que cierta laxitud es el precio de la paz que necesitamos.


Mi opinión es que en el frente interno Santos enfrenta un desafío mayor: tradicionalmente, las Farc han tenido una visión de los procesos de paz que es muy difícil de aceptar.


Para ellos, en la mesa de negociación deben acordarse cambios radicales a la estructura del país. Difícil resulta aceptar que, en una embajada o en una iglesia, o en una casa en el monte, cuatro delegados del gobierno negocien con los delegados de la guerrilla cuál será el país en el que viviremos.


Nada en las cartas de Timochenko hace pensar que hayan cambiado de parecer. Esas cartas, por cierto, tan injustamente halagadas por la lambonería y el tercermundismo nacionales, no evidencian para mí que su autor sea un hombre bueno y filosófico: lo único que prueban, por su extensión y oportunidad, es que fueron escritas en medio de la tranquilidad, sin afanes, con cierta comodidad tecnológica y sin el asedio de los helicópteros o de las fuerzas especiales.


Escritas, en fin, en algún paraje sereno y seguro. Muy diferente de la situación de Cano, quien todo el tiempo tenía que correr para evitar los ataques, y era por tanto más parco e infrecuente en sus mensajes.

Credito
ANDRÉS MEJÍA

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