El delfinazgo ya es un problema serio

En la política colombiana ha habido siempre hijos de personajes importantes. Pero creo que ahora, por primera vez, el fenómeno de los delfines entraña un peligro estructural para nuestro sistema político.

Empezaría por pedir que no me malinterpreten: de ninguna manera creo que haya que cerrar las puertas de la política a quienes son hijos de presidentes o de líderes muy destacados e importantes. Eso sería aberrante: ellos tienen derecho a hacer su aporte al país como cualquier otra persona.
    
Pero el problema, precisamente, yace en que no compiten “como cualquier otra persona”. Tal vez no sea su culpa, pero el hecho es que los partidos dan a los delfines un acceso privilegiado a candidaturas y a listas. Privilegiado en cuanto que para llegar a dicho lugar se ahorran buena parte del recorrido y del trabajo que le costaría a un joven cualquiera que no sea hijo de un gran político.
    
E insisto: seguramente no es su culpa; seguramente es una estrategia de mercadeo político hábilmente aprovechada por los estrategas de los partidos, quienes no ignoran el efecto que tiene un nombre ya conocido y ya posicionado como Galán, como Gaviria, como Serpa. Pero sea cual sea la fuente de este problema, creo que empieza a tornarse en un peligro estructural para la política colombiana. ¿Por qué? Porque no sólo tenemos ahora más delfines, sino que el camino de los delfines parece cada vez más expedito.

La hija de Angelino Garzón, cuyos talentos no desconozco (ni conozco), aterrizó en un santiamén al Partido Liberal, a un puesto directivo, sin haber tenido ni un segundo de trayectoria en esa organización. A Horacio José Serpa, valioso concejal de Bogotá, se le menciona como posible candidato al Senado sin que haya completado siquiera un período en el Concejo.

    
Insisto, no es su culpa, pero queda abierta la pregunta: ¿cuánto habría tomado a un no delfín alcanzar las posiciones que los delfines están alcanzando? El peligro radica en que muchos jóvenes talentosos, estudiosos, trabajadores, que quieren aportar al país pero que no son hijos de nadie, están acumulando frustraciones al ver que basta tener un apellido célebre para llegar en un instante a donde ellos tendrían que llegar con años de estudio y trabajo. Y en política las frustraciones solo producen extremismos. Bien podríamos estar incubando una generación de personas que se van a sentir injustamente excluidas del sistema.

Credito
ANDRÉS MEJÍA

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