De regreso a la “nueva economía”

Ismael Molina

El ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, en entrevista con “El Tiempo”, ha notificado al país de la necesidad de construir una “nueva economía”, basada en una “industria más fuerte, con proyectos agroindustriales, con más turismo”. Los que desde siempre hemos considerado que el crecimiento y desarrollo del país pasa por fortalecer la base real de la economía, es decir, la industria y la agroindustria, este anuncio nos llena de optimismo y de sanas expectativas.

Pero debemos esperar la concreción de tan loables propósitos, pues las posiciones defendidas por el ministro en el pasado reciente nos hacen temer que su actual postura no pase de ser una propuesta políticamente correcta en una coyuntura conflictiva de nuestra economía.

No se debe olvidar que el actual Minhacienda, desde las trincheras del Ministerio de Minas y de la Dirección del Departamento Nacional de Planeación, formuló, orquestó y ejecutó el debilitamiento casi hasta su eliminación, de las políticas de fomento y apoya a la industria nacional y al sector agropecuario y agroindustrial, bajo el prurito de que habían sectores como el minero energético, con mayor dinamismo de crecimiento y que era un desperdicio de esfuerzos y recursos apoyar una “industria ineficiente y monopólica” que no aportaba lo suficiente al crecimiento económica del país y que el destino de Colombia era “especializarse en la producción y explotación de sus recurso naturales”, aún si ello implicaba golpear la incipiente base industrial y al sector agropecuario, con tasas de cambio altamente sobrevaluadas que solo beneficiaban los flujos de capital internacional y el consumo suntuario.

La crisis de recursos fiscales que actualmente se vive en el país como producto de la caída de los precios del petróleo y la desaceleración de la demanda de recursos mineros y de otros comodites, está obligando a los voceros del neoliberalismo criollo a redireccionar las prioridades de la política económica, aún sin reconocer su equivocación con el país.

La crisis actual es el final de una política que empezó hace 25 con la llamada apertura económica del gobierno de César Gaviria y que sirvió de cortina de humo para generar políticas macroeconómicas de protección de monopolios transnacionales que llegaron al país tras el boom minero energético, con exenciones tributarias excesivas, capturando parte substancial de la renta nacional sin promover políticas ni acciones de desarrollo sostenible para el país ni para las regiones donde se asentaron.

Por el contrario, el efecto neto de los 25 años de neoliberalismo económico en el país ha sido la reprimarización de la economía colombiana, el auge de un modelo que promueve el extractivismo de bienes y recursos naturales como vocación revelada, con altos niveles de concentración económica basada en la macrocefalia del sector financiero y la destrucción de la industria y el sector agropecuario por parte de un sector importador de bienes que encontraron en la sobrevaluación de la tasa de cambio, el mecanismo para ganar participación en el mercado doméstico, sin posibilidades reales de los productores nacionales de proteger sus nichos naturales de mercado.

Hoy, con la caída de los precios del petróleo y de otros minerales, descubrimos que las ofertas con que se vendieron los tratados de libre comercio de acceso a amplios mercados a nivel de todo el mundo, fue una falacia. Las exportaciones de bienes y servicios que hace Colombia en la actualidad son similares o menores a lo que hacíamos 25 años atrás y ello se traduce en un déficit creciente en la balanza de pagos.

El auge de los precios del petróleo y de otros bienes primarios no sirvió para apalancar propuestas estratégicas que proyectaran al país al futuro, con capacidad real de ser competitivo en el mercado internacional. Por el contrario, la bonanza se gastó en guerra, corrupción y clientelismo. ¿Dónde está la infraestructura de base del desarrollo que se requiere para poder competir? ¿Dónde están las transformaciones productivas que debieron implementarse para mejorar la productividad y competitividad de nuestro tejido empresarial? ¿Qué se ha hecho para la producción e introducción de la ciencia, la tecnología y la innovación en las estructuras productivas, condiciones necesarias para ser un país ganador en el mundo global?

El Sr. Ministro que hoy descubre con perplejidad la necesidad de esa “nueva economía”, es el mismo que en el pasado abrazó, defendió e impuso la política económica que ha fracasado y que no tiene siquiera la capacidad de reconocerlo. Este ministro tan acucioso en la defensa de la Regla Fiscal, promovida por su amigo y contertulio Juan Carlos Echeverry, exministro y actual presidente de Ecopetrol, ¿tendrá el mismo celo y decisión para dejar atrás sus convicciones y darse la pela para convertir la defensa de la industria y la agroindustria en un propósito nacional? Por el bien de Colombia y de su aparato productivo, confiemos en que sí.

Ahora bien, ¿es tan “nueva” la propuesta del Sr. Ministro? Una economía con más industria y más proyectos agroindustriales, se parece mucho a las propuestas de las corrientes Cepalinas y Keynesinas de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado y, que fueron arrojadas a las hogueras eternas del desprecio académico por parte de los cultores del neoliberalismo económico, una de los cuales ha sido el ministro Cárdenas. Será que ante lo contundente del fracaso del modelo implementado, hoy, a manera de los señalado por P. Krugman, estamos de regreso al keynesianismo y a la intervención del Estado? Ojalá, por el bien de Colombia y del liberalismo.

Los anuncios son aún escuetos y faltan los detalles, que son los que hacen la diferencia. Esperemos que éstos sirvan para generar tal propósito nacional, que no solo supere los negros nubarrones fiscales y de empleo que se vislumbran en el horizonte, sino también se utilicen para enrumbar a la economía por la senda de un crecimiento sostenible en el largo plazo, soportado en ventajas competitivas que se establezcan en la industria y la agroindustria, que promueva el empleo como preocupación central y en donde la ciencia, la tecnología y la innovación sean pilares fundamentales en la transformación productiva que Colombia está reclamando.

Una política económica así, será estratégica en la reconstrucción económica y ética que se requiere y que los actuales vientos de Paz presionan en bien de todos y cada uno de los colombianos.

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