Las enseñanzas del Plebiscito

Ismael Molina

Economista

Han pasado tres semanas desde que el país tomó la decisión mayoritaria de rechazar los Acuerdos de la Habana y abrir así un compás de espera para una Paz negociada con las Farc, que está desembocando en una altísima incertidumbre, donde el peor enemigo de esa Paz es el tiempo.

El resultado, sorprendente para unos y otros, no resuelve los problemas planteados por sus opositores y tampoco tiene un escenario alternativo suficientemente reflexionado ni por el gobierno ni por la guerrilla.

Pese a ese confuso panorama, el Plebiscito ha dejado algunas lecciones que debemos empezar a incorporar en el qué hacer diario de la política. La primera enseñanza es que no se debe convocar la democracia plebiscitaria a no ser que se tenga claro las alternativas frente a cualquiera de los resultados.

Aún más, convocar plebiscitos para reafirmar el cumplimiento de una función propia y constitucional del gobierno en ejercicio, no solo es una apuesta arriesgada que puede salir mal, como en efecto pasó, sino también un ejercicio inútil y costoso al cual no se debe prestar el país.

Esto se puede afirmar porque el Presidente no requería plebiscito alguno para la firma de una Paz que le es obligatoria desde la constitución política. Pero pesó más la búsqueda del aplauso del gran público que la responsabilidad propia del estadista.

La segunda enseñanza evidente es la profunda distancia entre la ciudadanía y la pretensión de las Farc de ser su representante legítimo. Los que votaron No, lo hicieron sobre todo como un rechazo total de la presencia de ese grupo armado en la vida política del país, desconociendo su carácter de agrupación política.

Los que votamos Sí, lo hicimos para mandarle un claro mensaje de que estamos hartos de la guerra y que el tiempo de la confrontación armada ya pasó y que en el mundo actual la democracia no es solo una aspiración de la burguesía, como lo sostenía el socialismo real y los partidarios de la dictadura del proletariado, sino que es el sistema político que más se acerca a la aspiración de libertad y transformación de todos los colombianos.

Una tercera enseñanza es la importancia de las formas de representación en la democracia. Frente a la sin salida en que han quedado los acuerdos, se hace necesario la revaloración del papel del Congreso de la República, como el foro natural de la democracia. El Congreso, con todas las prevenciones que se tenga sobre él, es el mejor reflejo de esta nación pluriétnica y pluricultural, donde se dan cita las diferentes opciones políticas y donde con mayor capacidad y tiempo, se puede discutir las mejores opciones para el país. Solo el hecho de que su resultado sea el producto de una reflexión conjunta de más de 200 colombianos que han sido capaces de ser voceros de la totalidad de la nación, es ya una garantía de que no será el producto de la imposición de un “iluminado” que se abroga el derecho de decidir sobre lo humano y lo divino, como si fuera palabra de dios.

La revaloración del papel del parlamento en este momento crucial, ante la inviabilidad de un nuevo plebiscito o de una constituyente que no se sabe en qué puede terminar, es la posible salida para dar cumplimiento a los acuerdos pactados, aún si se tiene que hacer algunos cambios para darles la viabilidad política que el plebiscito les quitó.

Un colofón de este proceso es el inicio de las negociaciones con el ELN, que no le queda sino la posibilidad de avanzar con prontitud en un acuerdo de Paz que complementa lo obtenido con las Farc, sino se quiere ver reducido a un grupo marginal de delincuentes políticos, sin vocería ni representación como ya lo puso en evidencia el plebiscito y sometidos a las presiones de un Ejército profesional y bien entrenado que buscará una victoria rápida y contundente.

En el futuro, con cabeza más fría y con mejores informaciones, podremos sacar otras enseñanzas de este ejercicio de la democracia participativa, que por ahora nos deja ante todo desazón e incertidumbre.

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