El arte de convivir

Camilo González Pacheco

Dentro de las enseñanzas traídas con la implementación de medidas decretadas en busca de frenar el contagio de Covid-19, poco se ha resaltado el impacto favorable que esta pandemia ha aportado, al evidenciar la trascendencia social de la convivencia.
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Por ésta época, la convivencia se afianza en las relaciones familiares, así se diluya un poco, en las esferas ciudadanas y comunitarias.

La cuarentena decretada gubernamentalmente, por demás justificado, salva la salud y la vida, aunque lesiona parte vital del goce de la existencia en comunidad; el aislamiento, nos ha permitido valorar y repensar el significado de convivencia, en todas sus dimensiones, teniendo en cuenta que hasta ahora su invocación ha sido policiva, tanto en el Código Nacional de Policía y Convivencia, (Ley 1801 de 2016) como en los reglamentos de propiedad horizontal (Ley 675 de 2001) orientados a propiciar las relaciones pacíficas entre copropietarios.

La convivencia es considerada como la coexistencia física y sosegada entre un grupo de personas al que les corresponde compartir un determinado espacio. Convivir: vivir en compañía de otro u otros con coexistencia pacífica y armoniosa. Y ese espacio, en estos días, por lo general no es muy amplio ni grande, sino reducido a unas pocas paredes ya bastante conocidas. Y, a veces, un poco frías. Pero ahí, se expresa la convivencia en todo sentido: por lo positivo, y también lo negativo.

Todavía la Corte Constitucional, no ha dado el salto al análisis de la convivencia como derecho de las personas, en casos concretos relacionados con la conflictiva realidad económica, social, cultural que se presentan a diario en la geografía nacional.

Desde el punto de vista constitucional, el asunto aún no ha sido considerado desde una óptica integral de vida en sociedad. La convivencia escolar, ha sido el tema central de la jurisprudencia constitucional, en pronunciamientos relacionados con tutelas referidas a manuales sobre este tema, en establecimientos de educación que por lo general, tienen que ver con asuntos de autonomía escolar, debido proceso, disciplina.

El confinamiento, que actualmente padecemos, puede convertirse en aliciente de violencia intrafamiliar e intolerancia, a partir del acoso económico y social en sectores populares, dado que es al interior de las familias donde las tensiones hacen su expresión.

Para que la convivencia sea pacífica, en todas sus dimensiones: humana, social, ciudadana, democrática, familiar, escolar, se requiere la existencia permanente de la tolerancia, sin cuya presencia actuante, la paz sería vana ilusión y lejana utopía.

De ahí, la importancia de acompañar y fortalecer en sus propósitos de paz a nuevas fuerzas ciudadanas, juveniles, culturales, que avizoran vivir pronto en una Colombia con tolerancia, y sobre todo, con mucha convivencia. A buena hora.

CAMILO A. GONZÁLEZ PACHECO

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