Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 9, 14-17

Jhon Jaime Ramírez Feria

En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?»

Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán.

Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan.»

Palabra del Señor, Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación

En estos versículos del evangelio se nos presenta una discusión sobre la práctica del ayuno entre los discípulos del Señor. Jesús con la parábola del vino nuevo, después de la llamada de Mateo, indica que Él trae una nueva realidad: “el tiempo de Jesús es el tiempo de la plenitud, del gozo porque Dios ha hecho una nueva alianza con la humanidad e invita a festejar y a vivir esta realidad”. Detengámonos en unas pequeñas consideraciones:

La respuesta de Jesús a los fariseos es sorprendente: “¿Pueden acaso los amigos del novio ponerse tristes, estar de luto, cuando el novio está con ellos?” Jesús presenta su Reino con la figura de las bodas; Él es el novio, los discípulos sus amigos, que gozan de su presencia. La fiesta no es ocasión para estar tristes, porque “la alegría del Señor es su fortaleza”; Resaltemos la virtud cristiana de la alegría pues el Señor ha venido para quedarse con nosotros; es la razón por la que San Pablo insiste:“Estén siempre alegres en el Señor; se los repito, estén siempre alegres” (Fil. 4,4); “Desechen todo lo que sea amargura, enojo, ira, gritería y todo tipo de maldad” (Ef. 4,31). La amargura y la tristeza crónica son síntomas de que algo está fallando en nuestra vida interior.

Hemos escuchado, en repetidas ocasiones, decir al Papa Francisco que: “Un cristiano es un hombre y una mujer de alegría. Un hombre y una mujer con alegría en el corazón. No hay cristiano sin alegría; la carta de identidad cristiana es la alegría, la alegría del Evangelio. Esa alegría que incluso en momentos de sufrimiento se expresa de una manera distinta; es la paz en la certeza de que Jesús está con nosotros”.

Continúa Jesús diciendo: “Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”; Jesús alude a su muerte. Sabe que Él entregará su vida, derramará su Sangre porque “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Entonces la práctica del ayuno para los discípulos del Señor Resucitado adquiere un nuevo significado: “Ayudarnos a hacer don total de uno mismo a Dios y a los hermanos”. El Papa Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a “No vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos”. Así el ayuno abre a la conciencia de la necesidad de Dios y a la caridad con el hermano.

“Él vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan”. Es la Palabra del Señor que resuena en nuestro interior; ser odres nuevos que lleven con alegría y caridad la gracia de Dios, odres nuevos que conserven el buen sabor de la elección que se ha recibido.

Arquidiócesis de Ibagué

Comentarios